viernes, 21 de febrero de 2014

NEUROPSICOLOGIA DE LAS ADICCIONES (4): EXPLICACIÓN NEUROBIOLÓGICA



Desde el punto de vista neurobiológico explicamos, a continuación, el problema de la adicción a las drogas. Dentro de este marco hay que realizar en primer lugar especial hincapié en la hipótesis de la dopamina[1], marco básico para explicar cómo un rasgo genético, relacionado con la alteración de dicho neurotransmisor, puede relacionarse con factores ambientales para desarrollar el problema de la adicción.

La adicción a tóxicos se define como la dependencia física o psicofisiológica de una determinada sustancia química, cuya supresión causa síntomas de deprivación en el individuo. La hipótesis de la dopamina explica como la adicción a las drogas estaría relacionada con una alteración genética vinculada con dicho neurotransmisor, en el sentido de provocar una deficiencia en el sistema de gratificación; la ineficacia de dicho sistema recompensaría el abuso de sustancias que aumenten los niveles de dopamina en el cerebro. Las neuronas de los adictos, abocadas a una anormal y elevada cantidad de dopamina responden defensivamente y reducen el número de receptores dopaminérgicos. Así se explica por qué los drogadictos empiezan tomando drogas para sentirse mejor, para luego tener que consumirlas para evitar la sensación de malestar y necesitan cada vez más sustancia para lograr el mismo efecto.

En esta línea, especial mención adquieren los trabajos realizados por los investigadores Volkow y Li. En su revisión de los nuevos avances de la neurobiología de las adicciones, pretenden una concienciación a distintos niveles, profesional, institucional y social de una perspectiva médica de las adicciones, para que pasen a ser vistas como enfermedades cerebrales crónicas. Presentan para ello una actualización de los conocimientos neurobiológicos de las adicciones, planteando que tras el uso crónico de sustancias se producen unas modificaciones a nivel cerebral de larga duración que explicarían gran parte de las conductas asociadas a la adicción, como la compulsividad en el consumo, o la concentración del interés en torno al consumo con abandono de otras áreas.

Por una parte, estudios recientes han mostrado que el uso repetido de drogas produce cambios en el cerebro que permanecen durante largos períodos y limitan el control voluntario. Esto, unido a los nuevos conocimientos sobre el modo en que los factores ambientales, genéticos y evolutivos contribuyen a la adicción, proporciona una base, según los autores, como para modificar el abordaje de la prevención y el tratamiento de las drogadicciones.

Las manifestaciones conductuales que ocurren durante la adicción han sido entendidas por muchos como “elecciones” del individuo adicto, pero estudios de neuroimagen cerebral recientes han revelado una disrupción subyacente en regiones que son importantes para los procesos de motivación, recompensa y control inhibitorio. Esto plantearía la adicción a las drogas como una enfermedad cerebral y el comportamiento anormal asociado sería resultado de la disfunción del tejido cerebral. Así, aunque inicialmente la experimentación y el uso recreativo de la droga es voluntario, una vez se establece la adicción este control se ve afectado notablemente. No obstante, no todos los adictos experimentan estos cambios a nivel cerebral lo que plantea la necesidad de más investigación en este campo.

Para que se desarrolle la adicción, se requiere la exposición crónica a la sustancia, e implica interacciones complejas entre los factores biológicos y ambientales. Esto quizás explique el porqué unos individuos se vuelven adictos y otros no y el fracaso de modelos puramente biológicos o puramente ambientales a la hora de intentar comprender estos trastornos.

Recientemente se han producido importantes descubrimientos sobre el modo en que las drogas afectan a la expresión genética, a los productos proteicos y a los circuitos neuronales y sobre cómo dichos factores biológicos pueden afectar al comportamiento humano.

Dentro de este marco explicativo, haremos a continuación una descripción mas detallada de estos procesos, diferenciando los procesos de abuso y adicción a drogas:

a) Neurobiología de las drogas de abuso. Diversos neurotransmisores se han implicado en los efectos de las drogas de abuso (GABA, glutamato, acetilcolina, dopamina, serotonina, o las endorfinas). De éstos, la dopamina se ha asociado de forma consistente con el efecto de refuerzo de la mayoría de estas drogas. Estas aumentan las concentraciones de dopamina extracelular en regiones límbicas, incluyendo el núcleo accumbens. Específicamente, dichos efectos de refuerzo parecen deberse a su capacidad para sobrepasar la magnitud y la duración de los incrementos rápidos de dopamina que desencadenan los refuerzos naturales como la comida o el sexo. Dichas diferencias cuantitativas y cualitativas con respecto al incremento de dopamina que las drogas inducen explicarían porqué los refuerzos naturales no conducirían a la adicción. En cuanto a la relación con las drogas, se ha descubierto que las anfetaminas estimulan la producción de dopamina a nivel celular, que la cocaína bloquea una enzima denominada DAT cuya función normal es absorber la dopamina que descargan las neuronas y que la heroína se une al receptor dopaminérgico y estimula directamente los canales de refuerzo. Por su parte, la nicotina y el alcohol elevan los niveles de dopamina circulantes y, por otra parte, se ha identificado un compuesto químico desconocido en los cigarrillos que aumenta los niveles de dopamina por medio de un bloqueo de la enzima MAO B. La dopamina no es sólo un químico que transmite señales de placer, sino que se configura también como la más importante molécula involucrada en la adicción, desempeñando también un extraordinario papel en el aprendizaje y la memoria.

Cada vez que un neurotransmisor como la dopamina llega a una sinapsis, los circuitos que desencadenan un pensamiento, una motivación o una acción son vía prioritaria en el cerebro. En las adicciones, la dopamina actúa como un neurotransmisor tan potente que las personas, objetos, situaciones y lugares en que se consumió la droga quedan firmemente fijados en la memoria. Se ha demostrado también que, estimulados mediante el olor a tabaco, los fumadores no pueden controlar la urgencia de fumar de forma idéntica a como los perros estudiados por Pavlov no podían dejar de salivar ante el estímulo de comida.

El efecto sobre la dopamina es directo en algunas drogas (cocaína, anfetamina, éxtasis), mientras que otras sustancias afectan a neurotransmisores implicados en la regulación de la dopamina (nicotina, alcohol, opiáceos o marihuana).

Según parece, y a diferencia de lo que se creía hasta ahora, los incrementos de dopamina no se relacionan directamente con la recompensa, sino con la predicción de recompensa y con la “relevancia”. La relevancia se refiere a la capacidad de ciertos estímulos o cambios ambientales para producir una activación o desencadenar un cambio atencional-conductual. La relevancia que, añadida a la recompensa, se aplica a los estímulos aversivos, nuevos e inesperados, afecta a la motivación para buscar la anticipada recompensa y facilita el aprendizaje condicionado. Esto proporciona una perspectiva diferente de las drogas, ya que implica que los incrementos de dopamina inducidos por éstas motivarán inherentemente la búsqueda de más droga, independientemente de si los efectos de la droga son conscientemente percibidos como placenteros o no.

Los incrementos de dopamina inducidos por las drogas facilitan asimismo el aprendizaje condicionado, de manera que los estímulos neutros que se asocian con la droga quedan condicionados (por ejemplo encuentros con cierta gente, ciertos lugares como discotecas, etc.). Una vez condicionados, pueden por sí mismos aumentar la dopamina y desencadenar el deseo de consumir. Esto puede explicar el riesgo de las personas con una adicción de recaer cuando se exponen a un entorno en el que previamente se ha consumido la droga, y englobaría parte de lo que Ingelmo y cols. han denominado el “contexto drogado” (Ingelmo y cols., 2000).

b) Neurobiología de la adicción a las drogas. La adicción es probablemente el resultado de los cambios neurobiológicos asociados con alteraciones crónicas e intermitentes a niveles suprafisiológicos de los sistemas dopaminérgicos. Volkow y cols. (Volkow y cols., 2004) creen que las adaptaciones en estos circuitos dopaminérgicos hacen al adicto más sensible a los picos (incrementos rápidos) de dopamina que se producen con las drogas de abuso, y menos sensibles a los incrementos fisiológicos producidos por los refuerzos naturales (comida y sexo). Estas adaptaciones ocurren tanto a nivel de la fisiología celular (alteración de factores de trascripción, que regulan la expresión de determinados genes, algunos en particular implicados en plasticidad de las sinapsis), como a nivel morfológico en los circuitos cerebrales regulados por la dopamina. Este cambio morfológico se cree que provoca un aumento en el valor motivacional de la droga.

Lógicamente, además de la dopamina, hay cambios a nivel de los neurotransmisores como el glutamato, el GABA, la serotonina o los opiáceos, que determinan un funcionamiento alterado de determinados circuitos cerebrales, algunos de los cuales están implicados en la asignación de relevancia o el control de la inhibición; alteración que se asocia a conducta compulsiva (corteza orbitofrontal) y desinhibición (circunvolución anterior del cíngulo). Probablemente estas alteraciones en regiones frontales del cerebro  explicarían el carácter compulsivo de la administración de la droga en los adictos o en su incapacidad para controlar las ansias de consumir cuando se encuentran expuestos a la droga.

Por último, no debemos cerrar este apartado sin tener en cuenta los factores que inciden en la posibilidad de desarrollar esta enfermedad crónica. Hay factores endógenos y exógenos que regulan la predisposición individual al consumo de drogas y al paso del uso al abuso y la adicción. La contribución diferencial de ambos factores es muy compleja, ya que pueden operar a distintos niveles:

a) Factores endógenos (genéticos): Se estima que entre el 40-60% de la vulnerabilidad a la adicción se explica por factores genéticos. Existen datos sobre numerosas regiones cromosómicas asociadas al abuso de drogas pero sólo unos cuantos genes en humanos que presentan un polimorfismo donde la presencia de un alelo bien predispone o protege frente a la adicción entre otras, al alcohol, la nicotina o la codeína. No obstante, la mayoría de los estudios genéticos están pendientes de ser corroborados mediante la replicación de los mismos.

b) Factores exógenos (ambientales): Se ha asociado con la propensión a auto-administrarse drogas el bajo nivel socioeconómico, el apoyo parental pobre y la disponibilidad de la droga. El estrés puede ser un factor común en numerosos factores ambientales que incrementan el riesgo de abusar de drogas, si bien los mecanismos últimos a través de los cuales ejercería el estrés su influencia no se conocen en detalle.

Existen algunos datos procedentes de estudios de neuroimagen en animales, donde factores ambientales modifican el cerebro y estos cambios a su vez, alteran las respuestas conductuales a las drogas de abuso. Por ejemplo, en primates el estatus social afecta a la expresión de receptores dopaminérgicos (D2) a nivel cerebral, lo que a su vez modifica la propensión a la auto-administración de cocaína. Así los animales con un rol dominante tienen una alta densidad de receptores D2 y son reacios a administrarse cocaína, y lo contrario en los de rol sumiso. En estudios con animales, se ha demostrado que el incremento de receptores D2 en el núcleo accumbens disminuye marcadamente el consumo de drogas. Este mecanismo se postula como una posible explicación del modo en que los estresores podrían modificar el riesgo de consumir drogas.

martes, 11 de febrero de 2014

CÓMO ALEJAR A TU HIJO DE LAS DROGAS (7). EL TRABAJO EN CASA

Utilizo en esta entrada un concepto que en mi opinión resulta clave en la educación de nuestros hijos: la INTELIGENCIA EMOCIONAL.

Como ya he comentado es, en mi opinión, tan importante, que no sólo debe inculcarse en la familia sino que creo necesario la implantación en los colegios de horas dedicadas a estos conceptos.

Reconozco que esa idea es más bien utópica, ya que por desgracia los que dirigen la educación de nuestros hijos, sean de la orientación política que sean, hasta el momento, dirigen sus ideas educativas sin un consenso generalizado, sin tener en cuenta las voces de los profesionales y las utilizan más como arma electoral que como herramientas que ayuden a tener una sociedad mejor preparada y más socializada. Para esperar algún tipo de cambio que me lleve a la esperanza, no sólo es necesario centrarse en las materias que deben estudiar los niños, sino también en enseñarles a tolerar la frustración y entender sus emociones.

Espero que nadie entienda ésto como una manera de quitar responsabilidad y trabajo a los padres para dárselas a los maestros. Insisto que el trabajo principal hay que realizarlo en casa pero creo que ofrecer un apoyo desde la escuela, consolidaría el trabajo realizado por los padres.

Por desgracia, preparar a los maestros, actuales y sobre todo futuros en estas lides, contratar a profesionales formados y darles las herramientas necesarias para que puedan trabajar en esta dirección, deben ser muy costosas. Probablemente nuestros dirigentes creen más necesario incluir en el desarrollo curricular de nuestros hijos clases de religión, ciudadanía o dar ordenadores a los niños mientras a los maestros no les ofrecen ni bolígrafos.

Espero que disculpéis mi crítica y me vuelvo a centrar en la necesidad de conocer algunos conceptos de la inteligencia emocional. Antes que nada me gustaría recomendar dos obras, a mi entender fundamentales:

La primera, obviamente, es el libro con el que Goleman convirtió en best-seller el concepto: “Inteligencia Emocional” (1995, editorial Kairos).

La segunda el trabajo de Maurice J. Elias, Steven E. Tobias y Brian S. Friedlander “Educar con inteligencia emocional”.

Esta última es muy recomendable para que nosotros, los  padres, dispongamos de unas muy buenas recomendaciones y directrices a seguir con nuestros hijos.

Una vez realizadas estas recomendaciones, intentaré brevemente insistir en algunas “leyes sagradas” a tener en cuenta:

Tenemos que aprender nosotros y, posteriormente, intentar transmitir a nuestros hijos la importancia de conocer nuestras emociones, entender su función e intentar expresarlas de la manera más adecuada.

Las llamadas emociones básicas – miedo, tristeza, rabia y alegría – tienen su función y se deben plantear estrategias de afrontamiento de las mismas.

Las drogas nos ofrecen una forma de canalizar muchas de esas emociones aunque posteriormente se convertirán en la forma más nociva y dañina para nuestra personalidad de encauzarlas.

Las drogas son un sustitutivo de la comunicación y la búsqueda de refuerzos positivos a largo plazo. Son una vía atractiva y rápida de conseguir efectos beneficiosos.

Si los padres demonizamos a las drogas y nuestros hijos las prueban (que lo harán o estarán muy cerca de ellas) descubrirán su efecto beneficioso y aspirarán a controlarlas.

La comunicación y explicación de esos efectos son esenciales para intentar conseguir que conozcan las sustancias, las respeten (no las teman) y decidan si las utilizan o no. Si el trabajo está bien hecho, creo que  la gran mayoría de menores se alejará de ellas, advertirá sus riesgos y las rechazará.

Dejadme que os proponga un juego:
Es muy sencillo, tiraremos un dado. Si el resultado del mismo es de 1 a 5 ustedes ganan la apuesta y el beneficio será de un euro pero si sale seis perderían cien euros. ¿Aceptarían?

No les niego que si sale de uno a cinco obtendrán ganancias (los efectos positivos de las drogas) pero si sale seis las pérdidas serán inmensas (los efectos negativos de las mismas).

Nunca debemos negar los “beneficios” que una persona obtiene al drogarse. Tenemos que tener claro además que estos beneficios, pueden ser diversos.

El primero de ellos tiene una explicación meramente neuropsicológica: la explicación dopaminérgica como causa de las adicciones.

Intentaré explicarlo de la misma forma que lo hago en mis consultas: las drogas permiten un aumento en la dopamina. Esta dopamina, es un neurotransmisor fundamental en nuestra vida no sólo individual, sino también como especie. La dopamina se relaciona a la obtención de placer por lo que es inseparable a procesos tan importantes como la alimentación y la reproducción. Pero también se puede segregar dopamina, y por lo tanto obtener placer, a través de otras actividades: disfrutar de un paseo, leer un buen libro, ver una buena película, hacer deporte,… tantas como situaciones que se conviertan en placenteras. Es por eso, que las drogas tienen capacidad de atracción: son una vía rápida para facilitar la secreción de dopamina. Y nuestro cerebro aprende esa conexión muy rápidamente.

Imaginaros, por lo tanto, que ocurrirá cuando el cerebro aprende que la droga es la vía más rápida de obtener placer. Buscará ese medio rápido una y otra vez y prestará toda su atención a conseguir esa sustancia. Además dejaremos de buscar otras formas de obtención de placer.

El gran riesgo, hoy en día, es que no se les enseña a los jóvenes que existen otras formas estupendas y más placenteras de conseguir dopamina.

Pero eso implica un trabajo, sobre todo de los padres, y el entorno del niño, que son los que con su ejemplo y enseñanza pueden inculcar desde el principio esas aficiones que son fundamentales para “salvar” a nuestros hijos. El deporte y la cultura pueden ser unas herramientas básicas.

Además, estas prácticas nos pueden ayudar a disminuir otro de los atractivos de las drogas, su componente “socializador”. Tenemos que entender que las drogas legales tienen ese beneficio, pero también las ilegales pueden tenerlo si el grupo donde se mueven sus hijo las utiliza.

Ese exagerado componente socializador se nos inculca permanentemente y además está mitificado en nuestra sociedad, pero no es un efecto que podamos negar. Es más en muchas ocasiones se consigue penalizando a aquellos que no las consumen. Calificamos como bichos raros al que no fuma o no bebe. Si negamos esta realidad nos pegaríamos de bruces contra la experiencia que nuestros hijos experimentan en su entorno.

Dicho esto, ¿qué podemos hacer entonces?

Os insistiré en dos recomendaciones que tenemos que trabajar con nuestros hijos desde muy pequeños y continuar trabajando en la adolescencia.


1.   Comunicación,comunicación, comunicación.

Desde pequeños hay que trabajar este concepto. Tenemos que enseñarles a expresarse. Tenemos que entender que nuestras emociones son básicas y tienen su función, pero hay que saber controlarlas y expresarlas de la forma más correcta.

Para ello el refuerzo y castigo utilizados de forma coherente (ver capítulo 3) nos ayudaran a ello.

Hablar con nuestros hijos, saber qué piensan, qué les gusta, cuáles son sus amigos, hablar con sus profesores, conocer a los padres de sus amigos…es parte de nuestra función como padres. No conviertas a tu hijo en un extraño, hazle partícipe de tu mundo, haz que sea cercano.


2.   Enseñarles formas de canalizar la frustración.

¿Qué ocurre cuando nos sentimos frustrados y nos enfadamos?

Si no ponemos un STOP, mostraremos nuestro enfado de forma diversas: gestos, gritos e incluso podemos llegar a agresiones verbales y físicas.

En los últimos años todos observamos como nuestros jóvenes recurren cada vez más a menudo a este tipo de acciones. Nos ponemos las manos en la cabeza cuando escuchamos noticias de agresiones de menores, alguna de ellas brutales. Recuerdo, al hablar de ello, que el juez de menores Don Emilio Calatayud, comenta, cuando tenemos el placer de que acuda a nuestro centro, cómo cada vez son más frecuentes las agresiones de menores hacia sus padres y por consiguiente las denuncias de éstos.

El equipo de ARCA-CÁDIZ con el juez de menores D.Emilio Calatayud en las jornadas dedicadas a Alcohol y juventud celebradas en 2012.


¿Qué está fallando?

Sinceramente creo que no es más que la consecuencia de una sociedad que ha optado por no poner freno de ningún tipo a estas acciones y que no se ha interesado en trabajar desde niños esas reacciones. La única solución que le hemos dado es la punitiva, el castigo pero sin fuerza, con consecuencias injustas tanto para agresores como para agredidos.

Cómo tantas cosas en este país se preparan leyes, como la Ley del menor, sin dotarla de los medios suficientes, ni los profesionales adecuados, ni preparados para llevarla a cabo.

Tampoco se prepara a la sociedad para ello, ni a los medios de comunicación, por lo que la revisión se hace de la misma es a base de titulares y noticias escandalosas.

Que nadie entienda que hay por mi parte  una defensa de una ley con fallos evidentes, aunque no por eso podemos pasar al radicalismo extremo propio de los populismos.

Quizás la solución habría que ponerla antes de la aplicación de una ley punitiva. La actuación debe ser anterior. Lo que está ocurriendo solamente es el reflejo de una sociedad centrada en el ego personal de cada uno al que le llegan frustraciones permanentemente las cuales, si me permitís la expresión, "calientan a la bestia personal hasta hacerla explotar".

Ahí es donde actúa la inteligencia emocional y, en mi opinión, no pasaría nada por extender su fácil aplicación a la enseñanza familiar y escolar.

Pero ya que lo del medio escolar parece un bonito sueño, ¿cómo trabajamos los padres ante esta situación?

Para intentar responderos, recapitularé como despedida algunos consejos, aplicables a niños pequeños y adolescentes por igual:



a)   No prohibirles la expresión de sus sentimientos, pero si aleccionarles a hacerlo en el modo más correcto. Claro que hay derecho a expresar la rabia, la indignación, el enfado pero no permitir que lo acompañe de rabietas, golpes, amenazas: “No entrar en el juego”.

b)   El juego, la actividad son fundamentales a la hora  de sacar energía, nervios. El deporte, el baile, el teatro…son actividades que, inculcadas desde la infancia, enseñan a los pequeños otras formas de “subidón”, de emoción (en definitiva de obtener dopamina) geniales, sanas y muy beneficiosas para la salud física y mental de nuestros hijos.

c)   Alejarlos por lo tanto de una vida pasiva, en la que la recompensa acude rápida.


d)   No olvidar la importancia del modelo, por lo que tenemos que enseñarles estos ejemplos con nuestra conducta, no sólo con nuestra voz. Los padres que encuentran en otras actividades formas de expresión, están alejando a sus hijos de la “vía rápida a las drogas”. Amar el deporte, practicarlo, amar el cine, el teatro, la danza, la lectura es una forma maravillosa de acercarnos a nuestros hijos.


e)  Olvidarnos del “poli bueno o poli malo”. Los castigos y refuerzos deben ser elegidos por ambos, sin fisuras. Intentar evitar discutir delante de los niños. HAY QUE ESTABLECER NORMAS Y LÍMITES.

f)    No ofrecerles todas las recompensas a la vez. Debe ilusionarse, no esperar todo de golpe.

g)   UN ACTO CONLLEVA UNA CONSECUENCIA. Si se comportan mal y no hay consecuencias aprenden a que esa acción puede repetirse. Si tengo una rabieta, o llego tarde a casa y no pasa nada, allanamos el camino para acercar a nuestros hijos al egocentrismo.


h)   Cuando nos equivoquemos, y os anuncio que serán bastantes veces, no centrarnos en el egocentrismo tan dañino de ocultar errores para que el niño obtenga la figura de padres ideales y perfectos. Os insisto, es un mito imposible de mantener y cuando dicho mito se derrumba, las reacciones pueden ser muy peligrosas. Hay que hablar con nuestros hijos, sobre todo conforme se van haciendo mayores, hacerles ver nuestros errores y por qué se han cometido. NO LES HAGAMOS CREER QUE EXISTE LA PERFECCIÓN. Les repito, estoy cansado de hombres y mujeres en consulta de adicciones esperando entender por qué su padre perfecto no les entendía, y por qué ellos no lo son.


i)     LA MAYOR RECOMPENSA PARA UN NIÑO ES QUE SUS PADRES PASEN TIEMPO CON ÉL. Conforme crecen respetar su intimidad, lo cual no significa despegarnos de su vida, no conocerlos o  no participar de ellos ni de su entorno. Tampoco convertirnos en un "colega" más de nuestros hijos.


La puesta en práctica de todos estos consejos no asegurarán al cien por cien que nuestros hijos eviten introducir sus vidas en el peligroso mundo de las drogas. No os puedo prometer eso, sería una locura.

Las drogas están ahí, existen, han existido y existirán y probablemente sea inherente a la vida de nuestra especie. No hay que alarmarse por ello, ni pedir una prohibición absoluta, como el padre que dirige por su cuenta y solo se muestra a través del castigo férreo sin explicación: “porque yo sé mejor que nadie lo que es mejor para mi hijo”.


Es mucho mejor el conocimiento, la información, la inteligencia emocional, en definitiva “no hacer lo que no quieres que te hagan a tí”, “respetar y que respetemos”. Con ello lo que si os garantizo es que vuestro trabajo estará realizado y la probabilidad de una adicción se reducirá considerablemente.

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martes, 4 de febrero de 2014

NEUROPSICOLOGIA DE LAS ADICCIONES (3). ASPECTOS NEUROPSICOLÓGICOS QUE EXPLICAN LA CREACIÓN Y MANTENIMIENTO DE UNA CONDUCTA ADICTIVA.




            En este capítulo intentaremos explicar los factores, tanto biológicos como psicológicos, implicados en  el inicio y mantenimiento de los procesos adictivos. Las drogas tienen unos mecanismos de creación de hábito que se pueden localizar en diferentes regiones del cerebro. Investigaciones recientes han revelado que drogas tan diferentes como la heroína, la cocaína, la nicotina, el alcohol y el cannabis activan un mismo sistema de circuitos de recompensa en el cerebro.


3.1. NEUROBIOLOGÍA DE LAS ADICCIONES.

Desde el punto de vista neurobiológico explicamos, a continuación, el problema de la adicción a las drogas. Dentro de este marco hay que realizar en primer lugar especial hincapié en la hipótesis de la dopamina[1], marco básico para explicar cómo un rasgo genético, relacionado con la alteración de dicho neurotransmisor, puede relacionarse con factores ambientales para desarrollar el problema de la adicción.
La adicción a tóxicos se define como la dependencia física o psicofisiológica de una determinada sustancia química, cuya supresión causa síntomas de deprivación en el individuo. La hipótesis de la dopamina explica como la adicción a las drogas estaría relacionada con una alteración genética vinculada con dicho neurotransmisor, en el sentido de provocar una deficiencia en el sistema de gratificación; la ineficacia de dicho sistema recompensaría el abuso de sustancias que aumenten los niveles de dopamina en el cerebro. Las neuronas de los adictos, abocadas a una anormal y elevada cantidad de dopamina responden defensivamente y reducen el número de receptores dopaminérgicos. Así se explica por qué los drogadictos empiezan tomando drogas para sentirse mejor, para luego tener que consumirlas para evitar la sensación de malestar y necesitan cada vez más sustancia para lograr el mismo efecto.
En esta línea, especial mención adquieren los trabajos realizados por los investigadores Volkow y Li. En su revisión de los nuevos avances de la neurobiología de las adicciones, pretenden una concienciación a distintos niveles, profesional, institucional y social de una perspectiva médica de las adicciones, para que pasen a ser vistas como enfermedades cerebrales crónicas. Presentan para ello una actualización de los conocimientos neurobiológicos de las adicciones, planteando que tras el uso crónico de sustancias se producen unas modificaciones a nivel cerebral de larga duración que explicarían gran parte de las conductas asociadas a la adicción, como la compulsividad en el consumo, o la concentración del interés en torno al consumo con abandono de otras áreas.

Por una parte, estudios recientes han mostrado que el uso repetido de drogas produce cambios en el cerebro que permanecen durante largos períodos y limitan el control voluntario. Esto, unido a los nuevos conocimientos sobre el modo en que los factores ambientales, genéticos y evolutivos contribuyen a la adicción, proporciona una base, según los autores, como para modificar el abordaje de la prevención y el tratamiento de las drogadicciones.

Las manifestaciones conductuales que ocurren durante la adicción han sido entendidas por muchos como “elecciones” del individuo adicto, pero estudios de neuroimagen cerebral recientes han revelado una disrupción subyacente en regiones que son importantes para los procesos de motivación, recompensa y control inhibitorio. Esto plantearía la adicción a las drogas como una enfermedad cerebral y el comportamiento anormal asociado sería resultado de la disfunción del tejido cerebral. Así, aunque inicialmente la experimentación y el uso recreativo de la droga es voluntario, una vez se establece la adicción este control se ve afectado notablemente. No obstante, no todos los adictos experimentan estos cambios a nivel cerebral lo que plantea la necesidad de más investigación en este campo.

Para que se desarrolle la adicción, se requiere la exposición crónica a la sustancia, e implica interacciones complejas entre los factores biológicos y ambientales. Esto quizás explique el porqué unos individuos se vuelven adictos y otros no y el fracaso de modelos puramente biológicos o puramente ambientales a la hora de intentar comprender estos trastornos.

Recientemente se han producido importantes descubrimientos sobre el modo en que las drogas afectan a la expresión genética, a los productos proteicos y a los circuitos neuronales y sobre cómo dichos factores biológicos pueden afectar al comportamiento humano.

Dentro de este marco explicativo, haremos a continuación una descripción mas detallada de estos procesos, diferenciando los procesos de abuso y adicción a drogas:

a) Neurobiología de las drogas de abuso. Diversos neurotransmisores se han implicado en los efectos de las drogas de abuso (GABA, glutamato, acetilcolina, dopamina, serotonina, o las endorfinas). De éstos, la dopamina se ha asociado de forma consistente con el efecto de refuerzo de la mayoría de estas drogas. Estas aumentan las concentraciones de dopamina extracelular en regiones límbicas, incluyendo el núcleo accumbens. Específicamente, dichos efectos de refuerzo parecen deberse a su capacidad para sobrepasar la magnitud y la duración de los incrementos rápidos de dopamina que desencadenan los refuerzos naturales como la comida o el sexo. Dichas diferencias cuantitativas y cualitativas con respecto al incremento de dopamina que las drogas inducen explicarían porqué los refuerzos naturales no conducirían a la adicción. En cuanto a la relación con las drogas, se ha descubierto que las anfetaminas estimulan la producción de dopamina a nivel celular, que la cocaína bloquea una enzima denominada DAT cuya función normal es absorber la dopamina que descargan las neuronas y que la heroína se une al receptor dopaminérgico y estimula directamente los canales de refuerzo. Por su parte, la nicotina y el alcohol elevan los niveles de dopamina circulantes y, por otra parte, se ha identificado un compuesto químico desconocido en los cigarrillos que aumenta los niveles de dopamina por medio de un bloqueo de la enzima MAO B. La dopamina no es sólo un químico que transmite señales de placer, sino que se configura también como la más importante molécula involucrada en la adicción, desempeñando también un extraordinario papel en el aprendizaje y la memoria.

Cada vez que un neurotransmisor como la dopamina llega a una sinapsis, los circuitos que desencadenan un pensamiento, una motivación o una acción son vía prioritaria en el cerebro. En las adicciones, la dopamina actúa como un neurotransmisor tan potente que las personas, objetos, situaciones y lugares en que se consumió la droga quedan firmemente fijados en la memoria. Se ha demostrado también que, estimulados mediante el olor a tabaco, los fumadores no pueden controlar la urgencia de fumar de forma idéntica a como los perros estudiados por Pavlov no podían dejar de salivar ante el estímulo de comida.

El efecto sobre la dopamina es directo en algunas drogas (cocaína, anfetamina, éxtasis), mientras que otras sustancias afectan a neurotransmisores implicados en la regulación de la dopamina (nicotina, alcohol, opiáceos o marihuana).

Según parece, y a diferencia de lo que se creía hasta ahora, los incrementos de dopamina no se relacionan directamente con la recompensa, sino con la predicción de recompensa y con la “relevancia”. La relevancia se refiere a la capacidad de ciertos estímulos o cambios ambientales para producir una activación o desencadenar un cambio atencional-conductual. La relevancia que, añadida a la recompensa, se aplica a los estímulos aversivos, nuevos e inesperados, afecta a la motivación para buscar la anticipada recompensa y facilita el aprendizaje condicionado. Esto proporciona una perspectiva diferente de las drogas, ya que implica que los incrementos de dopamina inducidos por éstas motivarán inherentemente la búsqueda de más droga, independientemente de si los efectos de la droga son conscientemente percibidos como placenteros o no.

Los incrementos de dopamina inducidos por las drogas facilitan asimismo el aprendizaje condicionado, de manera que los estímulos neutros que se asocian con la droga quedan condicionados (por ejemplo encuentros con cierta gente, ciertos lugares como discotecas, etc.). Una vez condicionados, pueden por sí mismos aumentar la dopamina y desencadenar el deseo de consumir. Esto puede explicar el riesgo de las personas con una adicción de recaer cuando se exponen a un entorno en el que previamente se ha consumido la droga, y englobaría parte de lo que Ingelmo y cols. han denominado el “contexto drogado” (Ingelmo y cols., 2000).

b) Neurobiología de la adicción a las drogas. La adicción es probablemente el resultado de los cambios neurobiológicos asociados con alteraciones crónicas e intermitentes a niveles suprafisiológicos de los sistemas dopaminérgicos. Volkow y cols. (Volkow y cols., 2004) creen que las adaptaciones en estos circuitos dopaminérgicos hacen al adicto más sensible a los picos (incrementos rápidos) de dopamina que se producen con las drogas de abuso, y menos sensibles a los incrementos fisiológicos producidos por los refuerzos naturales (comida y sexo). Estas adaptaciones ocurren tanto a nivel de la fisiología celular (alteración de factores de trascripción, que regulan la expresión de determinados genes, algunos en particular implicados en plasticidad de las sinapsis), como a nivel morfológico en los circuitos cerebrales regulados por la dopamina. Este cambio morfológico se cree que provoca un aumento en el valor motivacional de la droga.

Lógicamente, además de la dopamina, hay cambios a nivel de los neurotransmisores como el glutamato, el GABA, la serotonina o los opiáceos, que determinan un funcionamiento alterado de determinados circuitos cerebrales, algunos de los cuales están implicados en la asignación de relevancia o el control de la inhibición; alteración que se asocia a conducta compulsiva (corteza orbitofrontal) y desinhibición (circunvolución anterior del cíngulo). Probablemente estas alteraciones en regiones frontales del cerebro  explicarían el carácter compulsivo de la administración de la droga en los adictos o en su incapacidad para controlar las ansias de consumir cuando se encuentran expuestos a la droga.

Por último, no debemos cerrar este apartado sin tener en cuenta los factores que inciden en la posibilidad de desarrollar esta enfermedad crónica. Hay factores endógenos y exógenos que regulan la predisposición individual al consumo de drogas y al paso del uso al abuso y la adicción. La contribución diferencial de ambos factores es muy compleja, ya que pueden operar a distintos niveles:

a) Factores endógenos (genéticos): Se estima que entre el 40-60% de la vulnerabilidad a la adicción se explica por factores genéticos. Existen datos sobre numerosas regiones cromosómicas asociadas al abuso de drogas pero sólo unos cuantos genes en humanos que presentan un polimorfismo donde la presencia de un alelo bien predispone o protege frente a la adicción entre otras, al alcohol, la nicotina o la codeína. No obstante, la mayoría de los estudios genéticos están pendientes de ser corroborados mediante la replicación de los mismos.

b) Factores exógenos (ambientales): Se ha asociado con la propensión a auto-administrarse drogas el bajo nivel socioeconómico, el apoyo parental pobre y la disponibilidad de la droga. El estrés puede ser un factor común en numerosos factores ambientales que incrementan el riesgo de abusar de drogas, si bien los mecanismos últimos a través de los cuales ejercería el estrés su influencia no se conocen en detalle.

Existen algunos datos procedentes de estudios de neuroimagen en animales, donde factores ambientales modifican el cerebro y estos cambios a su vez, alteran las respuestas conductuales a las drogas de abuso. Por ejemplo, en primates el estatus social afecta a la expresión de receptores dopaminérgicos (D2) a nivel cerebral, lo que a su vez modifica la propensión a la auto-administración de cocaína. Así los animales con un rol dominante tienen una alta densidad de receptores D2 y son reacios a administrarse cocaína, y lo contrario en los de rol sumiso. En estudios con animales, se ha demostrado que el incremento de receptores D2 en el núcleo accumbens disminuye marcadamente el consumo de drogas. Este mecanismo se postula como una posible explicación del modo en que los estresores podrían modificar el riesgo de consumir drogas.


3.2. ASPECTOS PSICOLÓGICOS IMPLICADOS EN LOS PROCESOS ADICTIVOS

            Un enfoque exclusivamente psicológico plantearía que el tipo de droga que utiliza la persona no es tan relevante como la necesidad de satisfacción que obtenga de ella. Por otro lado, muchos estudios intentan relacionar las adicciones con distintos rasgos de personalidad del drogodependiente; la discusión recae entonces en conocer si estos rasgos son causa o consecuencia del abuso de ellas. Muchos autores creen necesario para que se desarrolle la farmacodependencia  que exista una personalidad más o menos alterada, donde exista algún trastorno emocional o neurológico y que la predisposición a las drogas que éste tenga se relaciona con el valor adaptativo de su consumo. La personalidad del adicto se caracteriza por una desviación sicopática, con rasgos de depresión y puntuaciones elevadas en las escalas de hipomanía, esquizofrenia e histeria. Un dato casi generalizado en personas que sufren adicción es una autoimagen muy disminuida que les produce un estado de incomodidad, el cual es suprimido temporalmente con el consumo de drogas.
Siguiendo estos criterios podemos definir incluso una personalidad adicto-infantil, puesto que estos rasgos propensos al desarrollo de una adicción se originan durante etapas tempranas del desarrollo de la persona. Las  características que presentan son: inmadurez afectiva y emocional, fuerte represión psicológica, prevalencia de signos de pasividad autónoma en la conducta y actitud amistosa hacia los demás.

Desde otra perspectiva diversos autores postulan planteamientos desde el concepto de necesidades que explican en parte la predisposición al consumo de drogas. Entre ellas podemos establecer:

- Necesidad de experimentar nuevas sensaciones.
- Necesidad de pertenencia social.
- Necesidad de comunicación y expresión de sentimientos
- Necesidad de aumentar la seguridad personal
- Necesidad de olvidar problemas, angustias, etc.
- Necesidad de imitar a los amigos y modelos adultos
- Necesidad de diferenciarse de los adultos y revelarse frente a su autoridad.

Estas necesidades pueden ser fuente de un conjunto de problemas que el adicto debe enfrentar y solucionar. Incluso se ha logrado establecer una correspondencia entre las necesidades del tipo de droga que se utiliza.
No obstante, en todas las drogas utilizadas y las relaciones de éstas con las necesidades, importa tener en cuenta que es ésta última _ la necesidad satisfecha _ y no el tipo de droga lo central en el entendimiento del drogadicto y su conducta.
En esta línea, autores como González, Ibáñez y Peñate (1997) encontraron relaciones entre consumo de alcohol y psicoticismo y extraversión. Estos mismos autores también llegaron a la conclusión de que la búsqueda de sensaciones, y más concretamente el factor desinhibición, están estrechamente relacionados con el consumo de alcohol. En el mismo sentido, Luengo, Otero-López, Romero et al. (1996) encontraron en población escolar que el factor de búsqueda de sensaciones más relacionado con el consumo de drogas legales es la desinhibición y el más relacionado con el consumo de cánnabis es la búsqueda de experiencias. Igualmente Sáiz, González, Jiménez et al. (1999) han encontrado que el consumo de drogas se asocia con mayores niveles de inestabilidad emocional, extraversión y psicoticismo, así como con un marcado perfil de búsqueda de sensaciones[2].

Como comentábamos anteriormente una variable ampliamente relacionada con el consumo de drogas es el autoconcepto. Así, Romero, Luengo y Otero-López (1995) concluyen que tener una baja autoestima familiar y escolar y una alta autoestima en el grupo de iguales está asociado al consumo de drogas en población escolar. Igualmente, Jackson (1997) encuentra que los escolares con alta autoestima están menos implicados en la iniciación y experimentación hacia el consumo de tabaco y alcohol.

También en población escolar, Graña y Muñoz- Rivas (2000) confirmaron que los principales factores de riesgo psicológicos para explicar el consumo de drogas legales eran la autoestima, la presencia de conductas antisociales y la desinhibición, siendo los factores de protección más importantes el concepto positivo de uno mismo, el nivel de sinceridad y la práctica religiosa. También Graña, Muñoz-Rivas, Andreu et al. (2000) encuentran que los jóvenes que habitualmente beben, fuman y consumen cánnabis, mantienen un bajo concepto de sí mismos.

Otro concepto muy estudiado es la asertividad. Rhodes y Jason (1990) concluyen que entre los factores que influyen en el consumo de drogas hay que destacar la pobreza familiar y la baja asertividad. Pero la unanimidad tampoco es total en este aspecto. Ashby, Baker y Botvin (1989) sostienen que la asertividad general no está relacionada con el consumo de tabaco, alcohol y marihuana, aunque sí lo están la asertividad social y la asertividad relacionada con sustancias, de forma que los sujetos con más riesgo de consumir drogas son los que puntúan alto en asertividad social y bajo en asertividad relacionada con las sustancias. También sobre este tema, Gustafson y Kälmén (1996) encontraron que los sujetos con alta asertividad, después de consumir alcohol, presentan una menor asertividad, mientras que los sujetos con baja asertividad, después de beber alcohol, tienen mayor asertividad. Por ello la intoxicación alcohólica produce cambios en la  asertividad, desinhibiendo a los sujetos con baja asertividad e inhibiendo a los de alta asertividad.

           
3.3. HACIA UN MODELO DE ESTUDIO BIO-PSICO-SOCIAL.

            Actualmente queda demostrado que no sólo podemos explicar los procesos adictivos en base a explicaciones meramente biológicas o psicológicas. La evidencia empírica ha demostrado que las conductas de uso y abuso de drogas no dependen exclusivamente de un único factor aislado, sino que están originadas y mantenidas por diversos factores multidimensionales. Así, el denominado modelo bio-psico-social (o bio-conductual) se convierte en referencia básica y aceptada por la gran mayoría de los autores. Desde este punto de vista, el consumo o rechazo de drogas vendría explicado por los efectos de las sustancias, los factores contextuales y la vulnerabilidad del propio sujeto.
Así pues, no puede establecerse un modelo explicativo válido para toda conducta adictiva más allá de estos principios generales. A partir de ellos, las casuísticas (combinaciones específicas de sus elementos) que explican la adquisición o no de uno u otro tipo de conducta adictiva y las variables que la controlan han de ser examinadas en cada caso y momento particular. Se trata de utilizar el análisis de la conducta para determinar, en cada caso particular, las variables implicadas y las condiciones de las que dependen.
 En este sentido, resulta de interés el "modelo de la formulación bio-conductual" descrito por Pomerleau y Pomerleau (1987) centrado en este caso en la adicción al tabaco. Para ellos, aunque las otras sustancias puedan diferir en la especificidad de su acción farmacológica, todas ellas pueden estar sujetas a la misma línea general de análisis. Este marco contextual tiene la capacidad de poder analizar las conductas de consumo en función de las interacciones con el contexto, la vulnerabilidad individual y las consecuencias. Las variables incluidas bajo la denominación de contexto (estímulos esteroceptivos e interoceptivos) vendrían dadas desde los modelos de aprendizaje clásico y operante, y se combinarían con las variables reforzadoras identificadas bajo consecuencias. La conducta incluiría tanto los comportamientos relacionados con el consumo de drogas, como el rechazo de las sustancias y la resistencia a consumir. La vulnerabilidad o susceptibilidad incluye factores genéticos, las influencias socioculturales y la historia de aprendizaje (Secades-Villa y Fernández- Hermida, 2003).
Dentro de este marco, se hace imprescindible un estudio funcional que explique las relaciones entre estos elementos. Así, existirían asociaciones que denotarían relaciones muy cerradas, como las que se dan entre las conductas y las contingencias reforzadoras y los efectos de estas consecuencias sobre la conducta que la precede. Mientras que entre otros elementos existiría una asociación de tipo correlacional o moduladora. Por ejemplo, las consecuencias de una conducta pueden cambiar el contexto instigando una conducta motora que modifique el ambiente o el estado interoceptivo, mientras que los factores de susceptibilidad pueden influir, no sólo en cómo afecta el contexto, sino también en la intensidad y el tipo de conducta que ocurrirá en unas circunstancias particulares o en qué sentido serán las consecuencias que siguen a esa conducta.

3.3.1. El papel del reforzamiento en las conductas de uso de drogas

En el modelo bioconductual, las contingencias asociadas a las conductas de uso o abstinencia a las drogas juegan un papel determinante en la explicación de las mismas. Existe una amplia evidencia empírica de que las drogas pueden funcionar eficazmente como reforzadores positivos de las conductas de búsquedas y auto-administración y de que los principios que gobiernan otras conductas controladas por reforzamiento positivo son aplicables a la auto-administración de drogas. Es decir, “la conducta de auto-administración de drogas obedece a las mismas leyes que gobiernan la conducta "normal" de todos los animales en situaciones similares” (McKim, 2000). De lo expuesto, se sitúa a los trastornos por abuso de sustancias dentro de un continuo que iría desde un patrón de uso esporádico no problemático o con escasos problemas, hasta un patrón de uso severo con muchas consecuencias aversivas.
Esta evidencia comenzó a ponerse de manifiesto en los estudios de laboratorio sobre auto-administración de drogas en animales y estudios de laboratorio y clínicos con drogodependientes realizados durante las décadas de 1960 y 1970 (Bigelow y Silverman, 1999). Estos estudios han demostrado cómo la auto-administración de drogas, al igual que otras conductas operantes, eran altamente moldeables y que podían ser incrementadas o reducidas manipulando el mismo tipo de variables (por ejemplo, programa y magnitud de reforzamiento, uso de castigos, reforzamiento de conductas alternativas incompatibles, etc.) que habían demostrado ser efectivas en la manipulación de otras conductas operantes (Silverman, 2004).
En el caso de los opiáceos, muchas de las demostraciones realizadas para demostrar la eficacia del reforzamiento se han complicado por la presencia de la dependencia física en los sujetos con los que se realizaron los experimentos. No obstante, bastantes estudios han proporcionado demostraciones experimentales de los efectos reforzantes positivos de estas sustancias sin la necesidad de dependencia física (Schuster y Johanson, 1981; Yanagita, 1973).
En el ámbito clínico, existen estudios que han comprobado la eficacia de los opiáceos como reforzadores. Por ejemplo, cuando se administra la metadona de forma contingente con la asistencia a terapia, se ha registrado un incremento en la frecuencia de las sesiones (Brooner, Kidorf, King y Bigelow, 1997). Parece estar claro, por tanto, que el efecto reforzante positivo de la auto-administración de opiáceos es fundamental en el mantenimiento de la conducta, por lo que la dependencia física no es un antecedente necesario para explicar la conducta de auto-administración. Por tanto, esta dependencia física puede ser importante a la hora de explicar el consumo de drogas, pero no es un factor necesario para las conductas de auto-administración y tampoco es suficiente por sí misma para explicar el uso y abuso de drogas. Es decir, se puede asumir que las drogas son reforzadores positivos, independientemente del síndrome de abstinencia y de la dependencia física.
Una evidencia aún más definitiva es el hecho de la auto-administración de una gran variedad de sustancias psicoactivas, en las que no se han observado señales de abstinencia o éstas son muy tenues. La auto-administración de drogas sin la presencia de síntomas de abstinencia se ha demostrado en una amplia variedad de sustancias, como el etanol, la nicotina, los barbitúricos, las benzodiazepinas, los opiáceos o los estimulantes. Además, los estudios que han comparado las conductas de auto-administración en humanos y no humanos han encontrado una gran similitud entre especies (Yanagita, 1973).
En el ámbito de los tratamientos, los éxitos de los ensayos clínicos realizados durante la década de los años setenta con alcohólicos y adictos a otras sustancias demostraron la eficacia de las intervenciones basadas explícitamente en los principios del reforzamiento y que el uso de drogas por sujetos con dependencia severa podía ser modificado a través del empleo sistemático del manejo de contingencias (reforzamiento y castigo) (por ejemplo, Hunt y Azrin, 1973; Miller, 1975).
Desde estos primeros años, este marco de análisis científico ha tenido un papel central en la investigación sobre la drogodependencia, especialmente en los estudios de laboratorio con animales. Estas investigaciones han abarcado los campos de la neurociencia, la genética o la farmacología. Sin embargo, el camino que ha seguido la investigación clínica fue sensiblemente diferente y el interés por el estudio de los principios de reforzamiento decayó a partir de la década de los ochenta, especialmente en el ámbito del alcoholismo. Las causas que explican este hecho son varias, destacando, sobre todo, dos: la influencia de la psicología cognitiva que proporcionó un marco de análisis alternativo (especialmente, el modelo de prevención de recaídas) o el desarrollo de terapias farmacológicas efectivas para la adicción a determinadas sustancias (como la metadona) (Higgins, Heil y Plebani, 2004).
Sin embargo, en los años noventa comenzó un resurgimiento vigoroso de la investigación clínica sobre los principios del reforzamiento en el abuso de drogas, que continúa hasta hoy.
3.3.2. La teoría de la elección conductual y el uso de drogas.
Como acabamos de ver, las investigaciones sobre los principios del reforzamiento en adictos a sustancias, realizados hasta la actualidad, han sido tanto estudios de laboratorio, como estudios en contextos clínicos y naturales. Una línea de investigación importante se centró en la aplicación de los principios de la Economía Conductual al análisis de las conductas del uso de drogas. La Teoría de la Elección Conductual (Vuchinich y Tucker, 1988) surge de la aplicación de las leyes empíricas (conductuales) de la elección de reforzadores al problema de las drogas y aporta un interesante estudio de las conductas de consumo de drogas dentro del contexto social (de los factores socio-culturales).
La Economía Conductual ha sido empleada en todos los campos relacionados con el abuso de sustancias, desde los estudios de laboratorio, hasta la elaboración de políticas gubernamentales (Bickel, DeGrandpre y Higgins, 1993). Para entender los principios de la Economía Conductual debemos referirnos a tres conceptos: Demanda, Precio y Coste de Oportunidad. La demanda se refiere aquí a la búsqueda y consumo de drogas. El concepto de precio hace referencia a la cantidad de recursos empleados para consumir drogas (no sólo su valor económico, sino también los esfuerzos que se requieren para obtenerlas), así como a las propias consecuencias negativas del consumo. El coste de oportunidad se refiere a los reforzadores alternativos perdidos debido al uso de sustancias. Así, la demanda (búsqueda y consumo de sustancias) variaría en función del precio y del coste de oportunidad, por lo que la manipulación de estas dos variables resultaría fundamental para el desarrollo de estrategias para reducir el consumo de drogas. En concreto, el aumento del precio y del coste de oportunidad haría que el consumo decreciese de forma directamente proporcional.
Varios estudios con animales y humanos han demostrado cómo, efectivamente, la administración de drogas (demanda) variaba en función del precio (Nader y Woolverton, 1992) y del coste de oportunidad (Higgins, Bickel y Hughes, 1994). Un número importante de los estudios de laboratorio han tenido como objetivo examinar la influencia de reforzadores alternativos (diferentes a las drogas) sobre la preferencia y la elección del uso de cocaína. Los resultados de estos estudios demostraron una cierta maleabilidad del efecto reforzante de la cocaína, la cual podía debilitarse en función del reforzador alternativo.
En esta misma línea, un área de investigación emergente sugiere que los adictos a sustancias tienden a rebajar el valor de los reforzamientos demorados y la importancia de los reforzadores perdidos, en mayor medida que los no consumidores; de tal manera que los adictos muestran mayor preferencia por: a) los reforzadores más inmediatos y de menor magnitud que por los más demorados y de mayor magnitud y b) las pérdidas (castigos) más demoradas y de mayor magnitud que por los castigos más inmediatos y de menor magnitud (Bickel y Marsch, 2001).
Otro factor fundamental para entender las conductas de uso de drogas es el papel de la demora temporal. En el contexto natural, los individuos con frecuencia eligen entre consumir drogas en el presente frente a abstenerse y experimentar las consecuencias positivas en el futuro. Los estudios de laboratorio demuestran como la demora temporal disminuye la potencia del reforzador alternativo para competir con las consecuencias reforzantes inmediatas del uso de drogas.





[2] Datos similares se encuentran para el consumo de MDMA en población escolar española, obteniéndose puntuaciones más elevadas en las escalas de psicoticismo y búsqueda de sensaciones entre los jóvenes que han usado alguna vez esta sustancia (Sáiz, González, Paredes et al, 2001).