Utilizo
en esta entrada un concepto que en mi opinión resulta clave en la
educación de nuestros hijos: la INTELIGENCIA EMOCIONAL.
Como ya he comentado es, en mi opinión, tan importante, que no
sólo debe inculcarse en la familia sino que creo necesario la implantación en
los colegios de horas dedicadas a estos conceptos.
Reconozco
que esa idea es más bien utópica, ya que por desgracia los que dirigen la
educación de nuestros hijos, sean de la orientación política que sean, hasta el
momento, dirigen sus ideas educativas sin un consenso generalizado, sin tener
en cuenta las voces de los profesionales y las utilizan más como arma electoral
que como herramientas que ayuden a tener una sociedad mejor preparada y más
socializada. Para esperar algún tipo de cambio que me lleve a la esperanza, no
sólo es necesario centrarse en las materias que deben estudiar los niños, sino
también en enseñarles a tolerar la frustración y entender sus emociones.
Espero
que nadie entienda ésto como una manera de quitar responsabilidad y trabajo a los
padres para dárselas a los maestros. Insisto que el trabajo principal hay que
realizarlo en casa pero creo que ofrecer un apoyo desde la escuela,
consolidaría el trabajo realizado por los padres.
Por desgracia, preparar a los maestros, actuales y sobre todo futuros en estas
lides, contratar a profesionales formados y darles las herramientas necesarias
para que puedan trabajar en esta dirección, deben ser muy costosas.
Probablemente nuestros dirigentes creen más necesario incluir en el desarrollo
curricular de nuestros hijos clases de religión, ciudadanía o dar ordenadores a
los niños mientras a los maestros no les ofrecen ni bolígrafos.
Espero
que disculpéis mi crítica y me vuelvo a centrar en la necesidad de conocer
algunos conceptos de la inteligencia emocional. Antes que nada me gustaría
recomendar dos obras, a mi entender fundamentales:
La
primera, obviamente, es el libro con el que Goleman convirtió en best-seller el
concepto: “Inteligencia Emocional” (1995, editorial Kairos).
La
segunda el trabajo de Maurice J. Elias, Steven E. Tobias y Brian S. Friedlander
“Educar con inteligencia emocional”.
Esta
última es muy recomendable para que nosotros, los padres, dispongamos de unas muy buenas
recomendaciones y directrices a seguir con nuestros hijos.
Una vez realizadas estas recomendaciones, intentaré brevemente insistir en algunas
“leyes sagradas” a tener en cuenta:
Tenemos
que aprender nosotros y, posteriormente, intentar transmitir a nuestros hijos la
importancia de conocer nuestras emociones, entender su función e intentar
expresarlas de la manera más adecuada.
Las
llamadas emociones básicas – miedo, tristeza, rabia y alegría – tienen su
función y se deben plantear estrategias de afrontamiento de las mismas.
Las
drogas nos ofrecen una forma de canalizar muchas de esas emociones aunque posteriormente se convertirán en la forma más nociva y dañina para nuestra
personalidad de encauzarlas.
Las
drogas son un sustitutivo de la comunicación y la búsqueda de refuerzos
positivos a largo plazo. Son una vía atractiva y rápida de conseguir efectos
beneficiosos.
Si
los padres demonizamos a las drogas y nuestros hijos las prueban (que lo harán
o estarán muy cerca de ellas) descubrirán su efecto beneficioso y aspirarán a
controlarlas.
La
comunicación y explicación de esos efectos son esenciales para intentar
conseguir que conozcan las sustancias, las respeten (no las teman) y decidan si
las utilizan o no. Si el trabajo está bien hecho, creo que la gran mayoría de menores se alejará de
ellas, advertirá sus riesgos y las rechazará.
Dejadme
que os proponga un juego:
Es muy sencillo, tiraremos un dado. Si el
resultado del mismo es de 1 a 5 ustedes ganan la apuesta y el beneficio será de
un euro pero si sale seis perderían cien euros. ¿Aceptarían?
No
les niego que si sale de uno a cinco obtendrán ganancias (los efectos positivos
de las drogas) pero si sale seis las pérdidas serán inmensas (los efectos
negativos de las mismas).
Nunca
debemos negar los “beneficios” que una persona obtiene al drogarse. Tenemos que
tener claro además que estos beneficios, pueden ser diversos.
El
primero de ellos tiene una explicación meramente neuropsicológica: la explicación
dopaminérgica como causa de las adicciones.
Intentaré
explicarlo de la misma forma que lo hago en mis consultas: las drogas permiten
un aumento en la dopamina. Esta dopamina, es un neurotransmisor fundamental en
nuestra vida no sólo individual, sino también como especie. La dopamina se
relaciona a la obtención de placer por lo que es inseparable a procesos tan
importantes como la alimentación y la reproducción. Pero también se puede
segregar dopamina, y por lo tanto obtener placer, a través de otras actividades:
disfrutar de un paseo, leer un buen libro, ver una buena película, hacer
deporte,… tantas como situaciones que se conviertan en placenteras. Es por eso,
que las drogas tienen capacidad de atracción: son una vía rápida para facilitar
la secreción de dopamina. Y nuestro cerebro aprende esa conexión muy rápidamente.
Imaginaros,
por lo tanto, que ocurrirá cuando el cerebro aprende que la droga es la vía
más rápida de obtener placer. Buscará ese medio rápido una y otra vez y
prestará toda su atención a conseguir esa sustancia. Además dejaremos de buscar
otras formas de obtención de placer.
El
gran riesgo, hoy en día, es que no se les enseña a los jóvenes que existen
otras formas estupendas y más placenteras de conseguir dopamina.
Pero
eso implica un trabajo, sobre todo de los padres, y el entorno del niño, que
son los que con su ejemplo y enseñanza pueden inculcar desde el principio esas
aficiones que son fundamentales para “salvar” a nuestros hijos. El deporte y la
cultura pueden ser unas herramientas básicas.
Además,
estas prácticas nos pueden ayudar a disminuir otro de los atractivos de las
drogas, su componente “socializador”. Tenemos que entender que las drogas
legales tienen ese beneficio, pero también las ilegales pueden tenerlo si el
grupo donde se mueven sus hijo las utiliza.
Ese
exagerado componente socializador se nos inculca permanentemente y además está
mitificado en nuestra sociedad, pero no es un efecto que podamos negar. Es más
en muchas ocasiones se consigue penalizando a aquellos que no las consumen.
Calificamos como bichos raros al que no fuma o no bebe. Si negamos esta
realidad nos pegaríamos de bruces contra la experiencia que nuestros hijos
experimentan en su entorno.
Dicho
esto, ¿qué podemos hacer entonces?
Os
insistiré en dos recomendaciones que tenemos que trabajar con nuestros hijos
desde muy pequeños y continuar trabajando en la adolescencia.
1.
Comunicación,comunicación,
comunicación.
Desde
pequeños hay que trabajar este concepto. Tenemos que enseñarles a expresarse.
Tenemos que entender que nuestras emociones son básicas y tienen su función,
pero hay que saber controlarlas y expresarlas de la forma más correcta.
Para
ello el refuerzo y castigo utilizados de forma coherente (ver capítulo 3) nos
ayudaran a ello.
Hablar
con nuestros hijos, saber qué piensan, qué les gusta, cuáles son sus amigos,
hablar con sus profesores, conocer a los padres de sus amigos…es parte de nuestra
función como padres. No conviertas a tu hijo en un extraño, hazle partícipe de
tu mundo, haz que sea cercano.
2.
Enseñarles
formas de canalizar la frustración.
¿Qué
ocurre cuando nos sentimos frustrados y nos enfadamos?
Si
no ponemos un STOP, mostraremos nuestro enfado de forma diversas: gestos,
gritos e incluso podemos llegar a agresiones verbales y físicas.
En
los últimos años todos observamos como nuestros jóvenes recurren cada vez más a
menudo a este tipo de acciones. Nos ponemos las manos en la cabeza cuando
escuchamos noticias de agresiones de menores, alguna de ellas brutales. Recuerdo, al hablar de ello, que el juez de menores Don Emilio Calatayud, comenta,
cuando tenemos el placer de que acuda a nuestro centro, cómo cada vez son más
frecuentes las agresiones de menores hacia sus padres y por consiguiente las
denuncias de éstos.
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El equipo de ARCA-CÁDIZ con el juez de menores D.Emilio Calatayud en las jornadas dedicadas a Alcohol y juventud celebradas en 2012. |
¿Qué
está fallando?
Sinceramente
creo que no es más que la consecuencia de una sociedad que ha optado por no
poner freno de ningún tipo a estas acciones y que no se ha interesado en
trabajar desde niños esas reacciones. La única solución que le hemos dado es la
punitiva, el castigo pero sin fuerza, con consecuencias injustas tanto para agresores
como para agredidos.
Cómo
tantas cosas en este país se preparan leyes, como la Ley del menor, sin dotarla
de los medios suficientes, ni los profesionales adecuados, ni preparados para
llevarla a cabo.
Tampoco
se prepara a la sociedad para ello, ni a los medios de comunicación, por lo que la revisión se hace de la misma es a base de titulares y noticias escandalosas.
Que
nadie entienda que hay por mi parte una defensa
de una ley con fallos evidentes, aunque no por eso podemos pasar al radicalismo
extremo propio de los populismos.
Quizás
la solución habría que ponerla antes de la aplicación de una ley punitiva.
La actuación debe ser anterior. Lo que está ocurriendo solamente es el
reflejo de una sociedad centrada en el ego personal de cada uno al que le llegan frustraciones permanentemente las cuales, si me permitís la expresión, "calientan a la bestia personal hasta hacerla explotar".
Ahí
es donde actúa la inteligencia emocional y, en mi opinión, no pasaría nada por extender su
fácil aplicación a la enseñanza familiar y escolar.
Pero
ya que lo del medio escolar parece un bonito sueño, ¿cómo trabajamos los padres ante esta situación?
Para
intentar responderos, recapitularé como despedida algunos consejos, aplicables
a niños pequeños y adolescentes por igual:
a)
No prohibirles la expresión de sus
sentimientos, pero
si aleccionarles a hacerlo en el modo más correcto. Claro que hay derecho a
expresar la rabia, la indignación, el enfado pero no permitir que lo acompañe de rabietas, golpes, amenazas: “No
entrar en el juego”.
b)
El juego, la actividad son
fundamentales a la
hora de sacar energía, nervios. El
deporte, el baile, el teatro…son actividades que, inculcadas desde la infancia, enseñan a los pequeños otras formas de “subidón”, de emoción (en definitiva de
obtener dopamina) geniales, sanas y muy beneficiosas para la salud física y
mental de nuestros hijos.
c)
Alejarlos por lo tanto de una vida
pasiva, en la que
la recompensa acude rápida.
d)
No
olvidar la importancia del modelo, por lo que tenemos que enseñarles estos ejemplos con nuestra conducta, no sólo
con nuestra voz. Los padres que encuentran en otras actividades formas de
expresión, están alejando a sus hijos de la “vía rápida a las drogas”. Amar el
deporte, practicarlo, amar el cine, el teatro, la danza, la lectura es una forma
maravillosa de acercarnos a nuestros hijos.
e) Olvidarnos del “poli bueno o poli
malo”. Los castigos y refuerzos deben ser elegidos por ambos, sin fisuras.
Intentar evitar discutir delante de los niños. HAY QUE ESTABLECER NORMAS Y LÍMITES.
f)
No ofrecerles todas las recompensas
a la vez. Debe
ilusionarse, no esperar todo de golpe.
g)
UN ACTO CONLLEVA UNA CONSECUENCIA. Si se comportan mal y no hay
consecuencias aprenden a que esa acción puede repetirse. Si tengo una rabieta,
o llego tarde a casa y no pasa nada, allanamos el camino para acercar a
nuestros hijos al egocentrismo.
h)
Cuando
nos equivoquemos, y os anuncio que serán bastantes veces, no centrarnos en el
egocentrismo tan dañino de ocultar errores para que el niño obtenga la figura
de padres ideales y perfectos. Os insisto, es un mito imposible de mantener y
cuando dicho mito se derrumba, las reacciones pueden ser muy peligrosas. Hay que hablar
con nuestros hijos, sobre todo conforme se van haciendo mayores, hacerles ver
nuestros errores y por qué se han cometido. NO LES HAGAMOS CREER QUE EXISTE LA PERFECCIÓN. Les repito, estoy
cansado de hombres y mujeres en consulta de adicciones esperando entender por
qué su padre perfecto no les entendía, y por qué ellos no lo son.
i)
LA MAYOR RECOMPENSA PARA UN NIÑO ES
QUE SUS PADRES PASEN TIEMPO CON ÉL.
Conforme crecen respetar su intimidad, lo cual no significa despegarnos de su
vida, no conocerlos o no participar de
ellos ni de su entorno. Tampoco convertirnos en un "colega" más de nuestros
hijos.
La puesta en práctica de todos estos
consejos no asegurarán al cien por cien que nuestros hijos eviten introducir sus
vidas en el peligroso mundo de las drogas. No os puedo prometer eso, sería una
locura.
Las drogas están ahí, existen, han
existido y existirán y probablemente sea inherente a la vida de nuestra especie.
No hay que alarmarse por ello, ni pedir una prohibición absoluta, como el padre
que dirige por su cuenta y solo se muestra a través del castigo férreo sin
explicación: “porque yo sé mejor que nadie lo que es mejor para mi hijo”.
Es mucho mejor el conocimiento, la
información, la inteligencia emocional, en definitiva “no hacer lo que no
quieres que te hagan a tí”, “respetar y que respetemos”. Con ello lo que si
os garantizo es que vuestro trabajo estará realizado y la probabilidad de una
adicción se reducirá considerablemente.