J.L.Ruffo
Una vez más me veo en la necesidad de insistir en la superflua diferencia entre drogas legales e ilegales. Me sigue pareciendo a día de hoy una forma de catalogar las drogas inexacta, simplista y peligrosa. Esta manera de diferenciar estas sustancias ha provocado que muchas personas caigan en los peligrosos brazos de una adicción, iniciando sus consumos con sustancias legales y por lo tanto “menos peligrosas”.
Una vez más me veo en la necesidad de insistir en la superflua diferencia entre drogas legales e ilegales. Me sigue pareciendo a día de hoy una forma de catalogar las drogas inexacta, simplista y peligrosa. Esta manera de diferenciar estas sustancias ha provocado que muchas personas caigan en los peligrosos brazos de una adicción, iniciando sus consumos con sustancias legales y por lo tanto “menos peligrosas”.
No
voy a entrar en el debate sobre la conveniencia de legalizar o no según qué
tipo de drogas. Pero tengo la convicción que el modelo establecido no sirve. Siento
ser pesado con la clasificación del, para algunos muy polémico, doctor David Nutt, pero su propuesta de
diferenciación de drogas es, a mi parecer, mucho más lógica y válida.
De
todas maneras tampoco pienso que la etiqueta de ilegal haya supuesto un freno
poderoso a la lucha contra el manejo de este tipo de drogas. El ejemplo más
evidente lo tenemos en España, donde antes que los Nadal, Gasol, Iniesta o
Casillas nos llevaran a lo más alto del deporte mundial, nuestro país hacía años que ya pertenecía al “prestigioso”
grupo de cabeza de consumo de sustancias “ilegales” como la cocaína o el cannabis.
Alguien
me puede tachar de simplista con esta última afirmación. Probablemente tengan
razón, pero nadie que trabaje día a día con personas afectadas por el consumo
de drogas podrá negarme la facilidad con
que nuestros pacientes consiguen dichas sustancias. Por mucho que pase el
tiempo me sigue sorprendiendo situaciones como las siguientes:
-
Si la venta de alcohol a menores está
prohibida ¿cómo todos los fines de semana, somos testigos de un fenómeno
llamado botellón donde miles de menores acuden a emborracharse sin nada o nadie
que lo impida?
-
Si la venta de drogas está prohibida ¿cómo es
tan fácil, incluso para los menores, adquirirlas?
¿Y
qué podemos hacer los padres ante estas situaciones?
En
principio quizás lo más importante sea el no pensar que “mi hijo no se droga”.
Muchos padres llegan a esta conclusión sólo porque sí, porque deben de creer
que habrá una protección divina que los alejará y de paso nos ahorrará la “molesta”
tarea de estar atentos, hablar con nuestros hijos y estar informados sobre las
sustancias con las que prácticamente de forma irremediable estará en contacto
cercano. Si tomamos esta posición aumenta de forma exponencial el riesgo de que
nuestro hijo acabe consumiendo.
Vamos
por lo tanto a conocer, al igual que hemos hecho con el alcohol y el tabaco,
aquellas sustancias con las que con toda seguridad, nuestros hijos antes o después
contactaran directa o indirectamente.
Ante
la enorme cantidad de sustancias que podríamos describir, sólo me centraré en
las que son más habituales y más utilizadas en nuestro entorno. Comenzaremos
con el Cannabis:
Extraído
de la planta Cannabis Sativa, de la que al igual que se dice del cerdo “se
aprovecha casi todo: resina, tallo, flores, hoja…”; el cannabis podemos
encontrarlo en distintas formas. Las más conocidas son el hachís y la marihuana
y normalmente se consume fumándolas en los que , normalmente, hemos conocido en
nuestro país con el nombre de “porros” o “canutos”.
En
los últimos años, existe, o al menos esa impresión percibo, una tendencia a
minimizar el daño que esta sustancia produce. Probablemente todo está dirigido
a una probable legalización de la sustancia, hecho que ya de “forma controlada”
se ha llevado a cabo en algunos lugares de nuestro país. He de reconocer, que
yo mismo, me he visto contagiado de tal actitud, sobre todo al principio de mi
labor como terapeuta, pero poco a poco he sido testigo del daño que esta “inocente”
sustancia puede provocar en sus consumidores.
Para
no extenderme demasiado, creo que es suficiente para nosotros, los padres,
conocer algunos detalles:
El
THC (principio activo más importante del cannabis) llega muy rápidamente al
cerebro. Sus efectos a dosis bajas es placentero: relajación, tranquilidad…pero
al aumentar su consumo aumentan también los efectos nocivos para nuestra salud:
ansiedad, aumento del ritmo cardiaco, dificultades cognitivas (atención,
concentración). Podemos comparar sus efectos iniciales a los que provocaría el
consumo de alcohol. De hecho puede llegar a producir lo que denominamos “borrachera cannábica”.
Como
os comentaba, hay un peligro, a mi entender, muy importante en su consumo: la
banalización de sus riesgos:
“No pasa nada por fumarse un porrito”.
Dentro
de este concepto se extiende incluso la idea de su escaso poder adictivo. Permitidme
que os dirija a la explicación de la “National Institute on Drug Abuse” (NIDA),
los cuales, obviamente, son mucho más expertos que un servidor en lo referente
a este tema:
“El consumo de la marihuana a largo plazo puede llevar a la adicción.
Esto quiere decir que el usuario tendrá dificultad para controlar su consumo de
la droga y no podrá parar aunque este consumo interfiera con muchos aspectos de
su vida. Se calcula que el 9 por ciento de las personas que consumen marihuana
se vuelven dependientes de la misma. El
número se eleva a cerca de 1 en cada 6 usuarios que hayan empezado a usarla a
una edad muy joven (en la adolescencia)…”
“La adicción a la marihuana también está relacionada con un síndrome de
abstinencia similar al de la abstinencia de la nicotina, lo que puede
dificultar que se deje de consumirla. Las personas que intentan dejarla
reportan irritabilidad, dificultad para dormir, deseos vehementes por la droga
y ansiedad. En las pruebas psicológicas, también muestran un aumento en la
agresividad que llega a su punto máximo aproximadamente a la semana después de
haber usado la droga por última vez.”
Hay
quién, incluso amparándose en los efectos terapéuticos reconocidos de la misma,
obvia las consecuencias negativas de su
consumo habitual.
Entre
estos efectos nos encontramos con uno muy dañino y que los padres debemos
conocer para poder, por tanto, informar
de ello a nuestros hijos: su relación con la aparición de cuadros psicóticos.
Yo
mismo, como os comentaba unos párrafos atrás, he caído en esa idea popular de
la minimización de los riesgos de su consumo: Recuerdo como en una de las
jornadas que celebramos en la Asociación ARCA de Cádiz, le pregunté a mi
querido profesor Gibert Rahola (catedrático del departamento de la universidad de
Cádiz y uno de los máximos conocedores que podemos encontrar en nuestro país de los efectos de las drogas) sobre las
consecuencias del uso del cannabis. Él, junto a mí también admirada Doctora
Julia Cano, me insistieron, ante mi reticencia inicial a creerlo, en la
relación directa entre cuadros psicóticos y consumo de marihuana. Cuando me
mostraron los datos de estudios rigurosos reconozco que me disiparon las dudas.
Con vuestro permiso vuelvo a dirigiros a la magnífica página web de la NIDA:
“Las investigaciones en la última década se han centrado en si el uso de
la marihuana realmente causa otras enfermedades mentales. La evidencia más
fuerte hasta la fecha sugiere que sí existe un vínculo entre el consumo de
cannabis y la psicosis.”
“ El consumo de la marihuana también empeora el curso de la enfermedad en
los pacientes con esquizofrenia y puede producir una reacción psicótica breve
en algunos usuarios, la que se desvanece al ir menguando los efectos de la
droga”.
Más
resultados concluyentes sobre el tema:
“El estudio fue encabezado por el profesor Jim van Os de la Universidad
de Maastricht, en Holanda, e incluyó a investigadores de Suiza, Alemania, y
Reino Unido. Durante la década que duró el estudio los voluntarios, todos entre
14 y 24 años, fueron evaluados a lo largo de tres periodos, y al parecer se
confirmó que el consumo de marihuana incrementaba significativamente los
riesgos de manifestar síntomas psicóticos, incluso cuando se consideraban otros
factores como la condición socioeconómica, el uso de otras drogas, y
antecedentes psiquiátricos individuales”.
Ahora en nuestro país, donde también se
investiga mucho y bien a pesar de los pocos recursos de los que se dispone (debe
ser que estas cosas no son muy importantes). Sirva de ejemplo la investigación de Gutierrez-Rojas, De Irala y
Martinez-Gonzalez publicada en 2006:
“Efectos del cannabis sobre la salud
mental en jóvenes consumidores”.
Concretamente dentro de sus conclusiones,
destaca diversos efectos crónicos, entre ellos:
5. Aumento del riesgo de esquizofrenia y psicosis graves.
6. Aumento del riesgo de trastornos depresivos y síndrome
amotivacional
Así podríamos seguir con bastantes ejemplos
más. Podríamos ampliar con numerosos estudios de distintos investigadores y de
distintas nacionalidades donde se llega a la misma conclusión.
¿Por qué esto no se explica claramente?
¿Por qué, al igual que ocurre con el alcohol,
no se insiste en los efectos nocivos de esta droga?
Creo que durante mucho tiempo no tendremos
una respuesta convincente a estas preguntas. Citando a la magnifica Estela
Reynolds en la serie de televisión “La que se avecina”:
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