Jose Luis Rufo Rodriguez.
En este capítulo intentaremos
explicar los factores, tanto biológicos como psicológicos, implicados en el inicio y mantenimiento de los procesos
adictivos. Las drogas tienen unos mecanismos de creación de
hábito que se pueden localizar en diferentes regiones del cerebro.
Investigaciones recientes han revelado que drogas tan diferentes como la
heroína, la cocaína, la nicotina, el alcohol y el cannabis activan un mismo
sistema de circuitos de recompensa en el cerebro.
3.1.
NEUROBIOLOGÍA DE LAS ADICCIONES.
Desde el punto de vista neurobiológico
explicamos, a continuación, el problema de la adicción a las drogas. Dentro de
este marco hay que realizar en primer lugar especial hincapié en la hipótesis de la dopamina,
marco básico para explicar cómo un rasgo genético, relacionado con la
alteración de dicho neurotransmisor, puede relacionarse con factores
ambientales para desarrollar el problema de la adicción.
La
adicción a tóxicos se define como la dependencia física o psicofisiológica de una
determinada sustancia química, cuya supresión causa síntomas de deprivación en
el individuo. La hipótesis de la dopamina explica como la adicción a las drogas
estaría relacionada con una alteración genética vinculada con dicho neurotransmisor,
en el sentido de provocar una deficiencia en el sistema de gratificación; la
ineficacia de dicho sistema recompensaría el abuso de sustancias que aumenten
los niveles de dopamina en el cerebro. Las neuronas de los adictos, abocadas a
una anormal y elevada cantidad de dopamina responden defensivamente y reducen
el número de receptores dopaminérgicos. Así se explica por qué los drogadictos
empiezan tomando drogas para sentirse mejor, para luego tener que consumirlas
para evitar la sensación de malestar y necesitan cada vez más sustancia para
lograr el mismo efecto.
En esta línea,
especial mención adquieren los trabajos realizados por los investigadores Volkow
y Li. En su revisión de los nuevos avances de la neurobiología de las
adicciones, pretenden una concienciación a distintos niveles, profesional,
institucional y social de una perspectiva médica de las adicciones, para que
pasen a ser vistas como enfermedades cerebrales crónicas. Presentan para ello
una actualización de los conocimientos neurobiológicos de las adicciones,
planteando que tras el uso crónico de sustancias
se producen unas modificaciones a nivel cerebral de larga duración que
explicarían gran parte de las conductas asociadas a la adicción, como la
compulsividad en el consumo, o la concentración del interés en torno al consumo
con abandono de otras áreas.
Por una parte,
estudios recientes han mostrado que el uso repetido de drogas produce cambios
en el cerebro que permanecen durante largos períodos y limitan el control
voluntario. Esto, unido a los nuevos conocimientos sobre el modo en que los
factores ambientales, genéticos y evolutivos contribuyen a la adicción,
proporciona una base, según los autores, como para modificar el abordaje de la
prevención y el tratamiento de las drogadicciones.
Las manifestaciones
conductuales que ocurren durante la adicción han sido entendidas por muchos
como “elecciones” del individuo adicto, pero estudios de neuroimagen cerebral
recientes han revelado una disrupción subyacente en regiones que son importantes
para los procesos de motivación, recompensa y control inhibitorio. Esto
plantearía la adicción a las drogas como una enfermedad cerebral y el
comportamiento anormal asociado sería resultado de la disfunción del tejido
cerebral. Así, aunque inicialmente la experimentación y el uso recreativo de la
droga es voluntario, una vez se establece la adicción este control se ve
afectado notablemente. No obstante, no todos los adictos experimentan estos
cambios a nivel cerebral lo que plantea la necesidad de más investigación en
este campo.
Para que se
desarrolle la adicción, se requiere la exposición crónica a la sustancia, e
implica interacciones complejas entre los factores biológicos y ambientales.
Esto quizás explique el porqué unos individuos se vuelven adictos y otros no y
el fracaso de modelos puramente biológicos o puramente ambientales a la hora de
intentar comprender estos trastornos.
Recientemente se han
producido importantes descubrimientos sobre el modo en que las drogas afectan a
la expresión genética, a los productos proteicos y a los
circuitos neuronales y sobre cómo dichos factores biológicos pueden afectar al
comportamiento humano.
Dentro de este marco explicativo, haremos a
continuación una descripción mas detallada de estos procesos, diferenciando los
procesos de abuso y adicción a drogas:
a) Neurobiología
de las drogas de abuso. Diversos neurotransmisores se han implicado en los
efectos de las drogas de abuso (GABA, glutamato, acetilcolina, dopamina, serotonina,
o las endorfinas). De éstos, la dopamina se ha asociado de forma consistente
con el efecto de refuerzo de la mayoría de estas drogas. Estas aumentan las
concentraciones de dopamina extracelular en regiones límbicas, incluyendo el
núcleo accumbens. Específicamente, dichos efectos de refuerzo parecen deberse a
su capacidad para sobrepasar la magnitud y la duración de los incrementos
rápidos de dopamina que desencadenan los refuerzos naturales como la comida o
el sexo. Dichas diferencias cuantitativas y cualitativas con respecto al incremento
de dopamina que las drogas inducen explicarían porqué los refuerzos naturales
no conducirían a la adicción. En cuanto a la relación con las drogas, se ha
descubierto que las anfetaminas estimulan la producción de dopamina a nivel
celular, que la cocaína bloquea una enzima denominada DAT cuya función normal
es absorber la dopamina que descargan las neuronas y que la heroína se une al
receptor dopaminérgico y estimula directamente los canales de refuerzo. Por su
parte, la nicotina y el alcohol elevan los niveles de dopamina circulantes y,
por otra parte, se ha identificado un compuesto químico desconocido en los
cigarrillos que aumenta los niveles de dopamina por medio de un bloqueo de la
enzima MAO B. La dopamina no es sólo un químico que transmite señales de
placer, sino que se configura también como la más importante molécula
involucrada en la adicción, desempeñando también un extraordinario papel en el
aprendizaje y la memoria.
Cada vez que un neurotransmisor como la
dopamina llega a una sinapsis, los circuitos que desencadenan un pensamiento,
una motivación o una acción son vía prioritaria en el cerebro. En las
adicciones, la dopamina actúa como un neurotransmisor tan potente que las
personas, objetos, situaciones y lugares en que se consumió la droga quedan
firmemente fijados en la memoria. Se ha demostrado también que, estimulados
mediante el olor a tabaco, los fumadores no pueden controlar la urgencia de
fumar de forma idéntica a como los perros estudiados por Pavlov no podían dejar
de salivar ante el estímulo de comida.
El efecto sobre la
dopamina es directo en algunas drogas (cocaína, anfetamina, éxtasis), mientras
que otras sustancias afectan a neurotransmisores implicados en la regulación de
la dopamina (nicotina, alcohol, opiáceos o marihuana).
Según parece, y a
diferencia de lo que se creía hasta ahora, los incrementos de dopamina no se
relacionan directamente con la recompensa, sino con la predicción de recompensa
y con la “relevancia”. La relevancia se refiere a la capacidad de ciertos
estímulos o cambios ambientales para producir una activación o desencadenar un
cambio atencional-conductual. La relevancia que, añadida a la recompensa, se
aplica a los estímulos aversivos, nuevos e inesperados, afecta a la motivación
para buscar la anticipada recompensa y facilita el aprendizaje condicionado.
Esto proporciona una perspectiva diferente de las drogas, ya que implica que
los incrementos de dopamina inducidos por éstas motivarán inherentemente la
búsqueda de más droga, independientemente de si los efectos de la droga son
conscientemente percibidos como placenteros o no.
Los incrementos de
dopamina inducidos por las drogas facilitan asimismo el aprendizaje
condicionado, de manera que los estímulos neutros que se asocian con la droga
quedan condicionados (por ejemplo encuentros con cierta gente, ciertos lugares
como discotecas, etc.). Una vez condicionados, pueden por sí mismos aumentar la
dopamina y desencadenar el deseo de consumir. Esto puede explicar el riesgo de
las personas con una adicción de recaer cuando se exponen a un entorno en el
que previamente se ha consumido la droga, y englobaría parte de lo que Ingelmo
y cols. han denominado el “contexto drogado” (Ingelmo y cols., 2000).
b) Neurobiología de
la adicción a las drogas. La adicción es probablemente el resultado de
los cambios neurobiológicos asociados con alteraciones crónicas e intermitentes
a niveles suprafisiológicos de los sistemas dopaminérgicos. Volkow y cols.
(Volkow y cols., 2004) creen que las adaptaciones en estos circuitos
dopaminérgicos hacen al adicto más sensible a los picos (incrementos rápidos)
de dopamina que se producen con las drogas de abuso, y menos sensibles a los
incrementos fisiológicos producidos por los refuerzos naturales (comida y
sexo). Estas adaptaciones ocurren tanto a nivel de la fisiología celular
(alteración de factores de trascripción, que regulan la expresión de
determinados genes, algunos en particular implicados en plasticidad de las
sinapsis), como a nivel morfológico en los circuitos cerebrales regulados por
la dopamina. Este cambio morfológico se cree que provoca un aumento en el valor
motivacional de la droga.
Lógicamente, además
de la dopamina, hay cambios a nivel de los neurotransmisores como el glutamato,
el GABA, la serotonina o los opiáceos, que determinan un funcionamiento
alterado de determinados circuitos cerebrales, algunos de los cuales están
implicados en la asignación de relevancia o el control de la inhibición;
alteración que se asocia a conducta compulsiva (corteza orbitofrontal) y
desinhibición (circunvolución anterior del cíngulo). Probablemente estas
alteraciones en regiones frontales del cerebro explicarían el carácter compulsivo de la
administración de la droga en los adictos o en su incapacidad para controlar
las ansias de consumir cuando se encuentran expuestos a la droga.
Por último, no
debemos cerrar este apartado sin tener en cuenta los factores que inciden en la
posibilidad de desarrollar esta enfermedad crónica. Hay factores endógenos y
exógenos que regulan la predisposición individual al consumo de drogas y al
paso del uso al abuso y la adicción. La contribución diferencial de ambos
factores es muy compleja, ya que pueden operar a distintos niveles:
a) Factores endógenos (genéticos): Se estima que entre
el 40-60% de la vulnerabilidad a la adicción se explica por factores genéticos.
Existen datos sobre numerosas regiones cromosómicas asociadas al abuso de
drogas pero sólo unos cuantos genes en humanos que presentan un polimorfismo
donde la presencia de un alelo bien predispone o protege frente a la adicción
entre otras, al alcohol, la nicotina o la codeína. No obstante, la mayoría de
los estudios genéticos están pendientes de ser corroborados mediante la
replicación de los mismos.
b) Factores exógenos (ambientales): Se ha asociado con
la propensión a auto-administrarse drogas el bajo nivel socioeconómico, el
apoyo parental pobre y la disponibilidad de la droga. El estrés puede ser un
factor común en numerosos factores ambientales que incrementan el riesgo de
abusar de drogas, si bien los mecanismos últimos a través de los cuales
ejercería el estrés su influencia no se conocen en detalle.
Existen algunos datos
procedentes de estudios de neuroimagen en animales, donde factores ambientales
modifican el cerebro y estos cambios a su vez, alteran las respuestas
conductuales a las drogas de abuso. Por ejemplo, en primates el estatus social
afecta a la expresión de receptores dopaminérgicos (D2) a nivel cerebral, lo
que a su vez modifica la propensión a la auto-administración de cocaína. Así
los animales con un rol dominante tienen una alta densidad de receptores D2 y
son reacios a administrarse cocaína, y lo contrario en los de rol sumiso. En
estudios con animales, se ha demostrado que el incremento de receptores D2 en
el núcleo accumbens disminuye marcadamente el consumo de drogas. Este mecanismo
se postula como una posible explicación del modo en que los estresores podrían
modificar el riesgo de consumir drogas.
3.2.
ASPECTOS PSICOLÓGICOS IMPLICADOS EN LOS PROCESOS ADICTIVOS
Un enfoque
exclusivamente psicológico plantearía que el tipo de droga que utiliza la
persona no es tan relevante como la necesidad de satisfacción que obtenga de
ella. Por otro lado, muchos estudios intentan relacionar las adicciones con
distintos rasgos de personalidad del drogodependiente; la discusión recae
entonces en conocer si estos rasgos son causa o consecuencia del abuso de
ellas. Muchos autores creen necesario para que se desarrolle la
farmacodependencia que exista una
personalidad más o menos alterada, donde exista algún trastorno emocional o
neurológico y que la predisposición a las drogas que éste tenga se relaciona
con el valor adaptativo de su consumo. La personalidad del adicto se
caracteriza por una desviación sicopática, con rasgos de depresión y
puntuaciones elevadas en las escalas de hipomanía, esquizofrenia e histeria. Un
dato casi generalizado en personas que sufren adicción es una autoimagen muy
disminuida que les produce un estado de incomodidad, el cual es suprimido
temporalmente con el consumo de drogas.
Siguiendo estos criterios podemos definir incluso
una personalidad adicto-infantil, puesto que estos rasgos propensos al
desarrollo de una adicción se originan durante etapas tempranas del desarrollo
de la persona. Las características que
presentan son: inmadurez afectiva y emocional, fuerte represión psicológica,
prevalencia de signos de pasividad autónoma en la conducta y actitud amistosa
hacia los demás.
Desde otra perspectiva diversos autores
postulan planteamientos desde el concepto de necesidades que explican en parte
la predisposición al consumo de drogas. Entre ellas podemos establecer:
- Necesidad de experimentar nuevas
sensaciones.
- Necesidad de pertenencia social.
- Necesidad de comunicación y expresión de sentimientos
- Necesidad de aumentar la seguridad personal
- Necesidad de olvidar problemas, angustias, etc.
- Necesidad de imitar a los amigos y modelos adultos
- Necesidad de diferenciarse de los adultos y revelarse frente a su autoridad.
Estas necesidades pueden ser fuente de un conjunto
de problemas que el adicto debe enfrentar y solucionar. Incluso se ha logrado
establecer una correspondencia entre las necesidades del tipo de droga que se
utiliza.
No obstante, en todas las drogas utilizadas y
las relaciones de éstas con las necesidades, importa tener en cuenta que es
ésta última _ la necesidad satisfecha _ y no el tipo de droga lo central en el
entendimiento del drogadicto y su conducta.
En
esta línea, autores como González, Ibáñez y Peñate (1997) encontraron
relaciones entre consumo de alcohol y psicoticismo y extraversión. Estos mismos autores también llegaron a la conclusión de que la búsqueda de
sensaciones, y más concretamente el factor desinhibición, están estrechamente
relacionados con el consumo de alcohol. En el mismo sentido, Luengo,
Otero-López, Romero et al. (1996) encontraron en población escolar que el
factor de búsqueda de sensaciones más relacionado con el consumo de drogas
legales es la desinhibición y el más relacionado con el consumo de cánnabis es
la búsqueda de experiencias. Igualmente Sáiz, González, Jiménez et al. (1999)
han encontrado que el consumo de drogas se asocia con mayores niveles de
inestabilidad emocional, extraversión y psicoticismo, así como con un marcado
perfil de búsqueda de sensaciones.
Como comentábamos anteriormente una variable
ampliamente relacionada con el consumo de drogas es el autoconcepto. Así, Romero, Luengo y Otero-López (1995) concluyen
que tener una baja autoestima familiar y escolar y una alta autoestima en el
grupo de iguales está asociado al consumo de drogas en población escolar.
Igualmente, Jackson (1997) encuentra que los escolares con alta autoestima
están menos implicados en la iniciación y experimentación hacia el consumo de
tabaco y alcohol.
También en población escolar, Graña y Muñoz- Rivas
(2000) confirmaron que los principales factores de riesgo psicológicos para
explicar el consumo de drogas legales eran la autoestima, la presencia de
conductas antisociales y la desinhibición, siendo los factores de protección
más importantes el concepto positivo de uno mismo, el nivel de sinceridad y la
práctica religiosa. También Graña, Muñoz-Rivas, Andreu et al. (2000) encuentran
que los jóvenes que habitualmente beben, fuman y consumen cánnabis, mantienen un
bajo concepto de sí mismos.
Otro
concepto muy estudiado es la asertividad.
Rhodes y Jason (1990) concluyen que entre los factores que influyen en el
consumo de drogas hay que destacar la pobreza familiar y la baja asertividad. Pero
la unanimidad tampoco es total en este aspecto. Ashby, Baker y Botvin (1989)
sostienen que la asertividad general no está relacionada con el consumo de
tabaco, alcohol y marihuana, aunque sí lo están la asertividad social y la
asertividad relacionada con sustancias, de forma que los sujetos con más riesgo
de consumir drogas son los que puntúan alto en asertividad social y bajo en
asertividad relacionada con las sustancias. También sobre este tema, Gustafson
y Kälmén (1996) encontraron que los sujetos con alta asertividad, después de
consumir alcohol, presentan una menor asertividad, mientras que los sujetos con
baja asertividad, después de beber alcohol, tienen mayor asertividad. Por ello
la intoxicación alcohólica produce cambios en la asertividad, desinhibiendo a los sujetos con
baja asertividad e inhibiendo a los de alta asertividad.
3.3.
HACIA UN MODELO DE ESTUDIO BIO-PSICO-SOCIAL.
Actualmente
queda demostrado que no sólo podemos explicar los procesos adictivos en base a
explicaciones meramente biológicas o psicológicas. La evidencia empírica ha demostrado que las conductas de uso y abuso de
drogas no dependen exclusivamente de un único factor aislado, sino que están
originadas y mantenidas por diversos factores multidimensionales. Así, el
denominado modelo bio-psico-social (o bio-conductual) se convierte en
referencia básica y aceptada por la gran mayoría de los autores. Desde este
punto de vista, el consumo o rechazo de drogas vendría explicado por los
efectos de las sustancias, los factores contextuales y la vulnerabilidad del
propio sujeto.
Así pues, no puede establecerse un modelo
explicativo válido para toda conducta adictiva más allá de estos principios
generales. A partir de ellos, las casuísticas (combinaciones específicas de sus
elementos) que explican la adquisición o no de uno u otro tipo de conducta
adictiva y las variables que la controlan han de ser examinadas en cada caso y
momento particular. Se trata de utilizar el análisis de la conducta para
determinar, en cada caso particular, las variables implicadas y las condiciones
de las que dependen.
En este
sentido, resulta de interés el "modelo de la formulación bio-conductual"
descrito por Pomerleau y Pomerleau (1987) centrado en este caso en la adicción
al tabaco. Para ellos, aunque las otras sustancias puedan diferir en la
especificidad de su acción farmacológica, todas ellas pueden estar sujetas a la
misma línea general de análisis. Este marco contextual tiene la capacidad de
poder analizar las conductas de consumo en función de las interacciones con el
contexto, la vulnerabilidad individual y las consecuencias. Las variables
incluidas bajo la denominación de contexto (estímulos esteroceptivos e
interoceptivos) vendrían dadas desde los modelos de aprendizaje clásico y
operante, y se combinarían con las variables reforzadoras identificadas bajo
consecuencias. La conducta incluiría tanto los comportamientos relacionados con
el consumo de drogas, como el rechazo de las sustancias y la resistencia a
consumir. La vulnerabilidad o
susceptibilidad incluye factores genéticos, las influencias socioculturales y
la historia de aprendizaje (Secades-Villa y Fernández- Hermida, 2003).
Dentro de este marco, se hace imprescindible un estudio
funcional que explique las relaciones entre estos elementos. Así, existirían
asociaciones que denotarían relaciones muy cerradas, como las que se dan entre
las conductas y las contingencias reforzadoras y los efectos de estas
consecuencias sobre la conducta que la precede. Mientras que entre otros
elementos existiría una asociación de tipo correlacional o moduladora. Por
ejemplo, las consecuencias de una conducta pueden cambiar el contexto
instigando una conducta motora que modifique el ambiente o el estado
interoceptivo, mientras que los factores de susceptibilidad pueden influir, no sólo
en cómo afecta el contexto, sino también en la intensidad y el tipo de conducta
que ocurrirá en unas circunstancias particulares o en qué sentido serán las
consecuencias que siguen a esa conducta.
3.3.1. El papel del reforzamiento en las conductas de uso de drogas
En el modelo
bioconductual, las contingencias asociadas a las conductas de uso o abstinencia
a las drogas juegan un papel determinante en la explicación de las mismas.
Existe una amplia evidencia empírica de que las drogas pueden funcionar eficazmente
como reforzadores positivos de las conductas de búsquedas y auto-administración
y de que los principios que gobiernan otras conductas controladas por
reforzamiento positivo son aplicables a la auto-administración de drogas. Es
decir, “la conducta de auto-administración de drogas obedece a las mismas leyes
que gobiernan la conducta "normal" de todos los animales en situaciones
similares” (McKim, 2000). De lo expuesto, se sitúa a los trastornos por abuso
de sustancias dentro de un continuo que iría desde un patrón de uso esporádico
no problemático o con escasos problemas, hasta un patrón de uso severo con
muchas consecuencias aversivas.
Esta evidencia comenzó a ponerse de manifiesto en
los estudios de laboratorio sobre auto-administración de drogas en animales y
estudios de laboratorio y clínicos con drogodependientes realizados durante las
décadas de 1960 y 1970 (Bigelow y Silverman, 1999). Estos estudios han
demostrado cómo la auto-administración de drogas, al igual que otras conductas
operantes, eran altamente moldeables y que podían ser incrementadas o reducidas
manipulando el mismo tipo de variables (por ejemplo, programa y magnitud de
reforzamiento, uso de castigos, reforzamiento de conductas alternativas
incompatibles, etc.) que habían demostrado ser efectivas en la manipulación de
otras conductas operantes (Silverman, 2004).
En el caso de los opiáceos, muchas de las
demostraciones realizadas para demostrar la eficacia del reforzamiento se han
complicado por la presencia de la dependencia física en los sujetos con los que
se realizaron los experimentos. No obstante, bastantes estudios han
proporcionado demostraciones experimentales de los efectos reforzantes
positivos de estas sustancias sin la necesidad de dependencia física (Schuster
y Johanson, 1981; Yanagita, 1973).
En el ámbito clínico, existen estudios que han
comprobado la eficacia de los opiáceos como reforzadores. Por ejemplo, cuando
se administra la metadona de forma contingente con la asistencia a terapia, se
ha registrado un incremento en la frecuencia de las sesiones (Brooner, Kidorf,
King y Bigelow, 1997). Parece estar claro, por tanto, que el efecto reforzante
positivo de la auto-administración de opiáceos es fundamental en el
mantenimiento de la conducta, por lo que la dependencia física no es un
antecedente necesario para explicar la conducta de auto-administración. Por
tanto, esta dependencia física puede ser importante a la hora de explicar el
consumo de drogas, pero no es un factor necesario para las conductas de
auto-administración y tampoco es suficiente por sí misma para explicar el uso y
abuso de drogas. Es decir, se puede asumir que las drogas son reforzadores
positivos, independientemente del síndrome de abstinencia y de la dependencia
física.
Una evidencia aún más definitiva es el hecho de la
auto-administración de una gran variedad de sustancias psicoactivas, en las que
no se han observado señales de abstinencia o éstas son muy tenues. La
auto-administración de drogas sin la presencia de síntomas de abstinencia se ha
demostrado en una amplia variedad de sustancias, como el etanol, la nicotina,
los barbitúricos, las benzodiazepinas, los opiáceos o los estimulantes. Además,
los estudios que han comparado las conductas de auto-administración en humanos
y no humanos han encontrado una gran similitud entre especies (Yanagita, 1973).
En el ámbito de los tratamientos, los éxitos de los
ensayos clínicos realizados durante la década de los años setenta con
alcohólicos y adictos a otras sustancias demostraron la eficacia de las
intervenciones basadas explícitamente en los principios del reforzamiento y que
el uso de drogas por sujetos con dependencia severa podía ser modificado a
través del empleo sistemático del manejo de contingencias (reforzamiento y
castigo) (por ejemplo, Hunt y Azrin, 1973; Miller, 1975).
Desde estos primeros años, este marco de análisis
científico ha tenido un papel central en la investigación sobre la
drogodependencia, especialmente en los estudios de laboratorio con animales.
Estas investigaciones han abarcado los campos de la neurociencia, la genética o
la farmacología. Sin embargo, el camino que ha seguido la investigación clínica
fue sensiblemente diferente y el interés por el estudio de los principios de
reforzamiento decayó a partir de la década de los ochenta, especialmente en el
ámbito del alcoholismo. Las causas que explican este hecho son varias,
destacando, sobre todo, dos: la influencia de la psicología cognitiva que
proporcionó un marco de análisis alternativo (especialmente, el modelo de
prevención de recaídas) o el desarrollo de terapias farmacológicas efectivas
para la adicción a determinadas sustancias (como la metadona) (Higgins, Heil y
Plebani, 2004).
Sin embargo, en los años noventa comenzó un
resurgimiento vigoroso de la investigación clínica sobre los principios del
reforzamiento en el abuso de drogas, que continúa hasta hoy.
3.3.2. La teoría de la elección conductual y el uso de drogas.
Como acabamos de
ver, las investigaciones sobre los principios del reforzamiento en adictos a
sustancias, realizados hasta la actualidad, han sido tanto estudios de
laboratorio, como estudios en contextos clínicos y naturales. Una línea de
investigación importante se centró en la aplicación de los principios de la Economía Conductual
al análisis de las conductas del uso de drogas. La Teoría de la Elección Conductual
(Vuchinich y Tucker, 1988) surge de la aplicación de las leyes empíricas
(conductuales) de la elección de reforzadores al problema de las drogas y aporta
un interesante estudio de las conductas de consumo de drogas dentro del
contexto social (de los factores socio-culturales).
La Economía Conductual ha sido empleada en todos los campos relacionados con el abuso de
sustancias, desde los estudios de laboratorio, hasta la elaboración de
políticas gubernamentales (Bickel, DeGrandpre y Higgins, 1993). Para entender
los principios de la
Economía Conductual debemos referirnos a tres conceptos:
Demanda, Precio y Coste de Oportunidad. La demanda se refiere aquí a la
búsqueda y consumo de drogas. El concepto de precio hace referencia a la
cantidad de recursos empleados para consumir drogas (no sólo su valor
económico, sino también los esfuerzos que se requieren para obtenerlas), así
como a las propias consecuencias negativas del consumo. El coste de oportunidad
se refiere a los reforzadores alternativos perdidos debido al uso de
sustancias. Así, la demanda (búsqueda y consumo de sustancias) variaría en
función del precio y del coste de oportunidad, por lo que la manipulación de
estas dos variables resultaría fundamental para el desarrollo de estrategias
para reducir el consumo de drogas. En concreto, el aumento del precio y del
coste de oportunidad haría que el consumo decreciese de forma directamente
proporcional.
Varios estudios con animales y humanos han
demostrado cómo, efectivamente, la administración de drogas (demanda) variaba
en función del precio (Nader y Woolverton, 1992) y del coste de oportunidad
(Higgins, Bickel y Hughes, 1994). Un número importante de los estudios de
laboratorio han tenido como objetivo examinar la influencia de reforzadores
alternativos (diferentes a las drogas) sobre la preferencia y la elección del
uso de cocaína. Los resultados de estos estudios demostraron una cierta
maleabilidad del efecto reforzante de la cocaína, la cual podía debilitarse en
función del reforzador alternativo.
En esta misma línea, un área de investigación
emergente sugiere que los adictos a sustancias tienden a rebajar el valor de
los reforzamientos demorados y la importancia de los reforzadores perdidos, en
mayor medida que los no consumidores; de tal manera que los adictos muestran
mayor preferencia por: a) los reforzadores más inmediatos y de menor magnitud
que por los más demorados y de mayor magnitud y b) las pérdidas (castigos) más
demoradas y de mayor magnitud que por los castigos más inmediatos y de menor
magnitud (Bickel y Marsch, 2001).
Otro factor fundamental para entender las conductas
de uso de drogas es el papel de la demora temporal. En el contexto natural, los
individuos con frecuencia eligen entre consumir drogas en el presente frente a
abstenerse y experimentar las consecuencias positivas en el futuro. Los
estudios de laboratorio demuestran como la demora temporal disminuye la
potencia del reforzador alternativo para competir con las consecuencias reforzantes
inmediatas del uso de drogas.
José Angel Macías Fernández, J. F. Pastor, José Antonio Gil Verona, Félix de Paz, Lorena Rami González, Mercedes Barbosa Cachorro, María Antonia Maniega, S. Cañizares AlejosNeurobiología de la adicción
a las drogas de abuso. Revista de neurología, ISSN 0210-0010, Vol. 36, Nº. 4, 2003 , pag. 361.
Datos similares se encuentran para el consumo
de MDMA en población escolar española, obteniéndose puntuaciones más elevadas
en las escalas de psicoticismo y búsqueda de sensaciones entre los jóvenes que
han usado alguna vez esta sustancia (Sáiz, González, Paredes et al, 2001).