José Luis Rufo Rodríguez.
La dependencia emocional es un concepto del que podemos encontrar multitud de referencias, artículos, monografías… De los que conozco, los planteamientos de autores como Goleman (en su inteligencia emocional) y Bowlby (con su teoría del apego) son prácticamente mi referencia. Con respecto a este último he de reconocer que mi interés por él se despertó en unas jornadas que realizamos en la Asociación ARCA sobre “Alcohol y Familia” en el año 2010 y que en su primer día tuve el placer de moderar. Allí, los dos conferenciantes, la psicóloga Rosa Fedriani y el Doctor Sebastián Girón plantearon, curiosamente (y sin pretenderlo), sus charlas desde la misma visión: la teoría del apego, ambos con dos exposiciones muy interesantes.
En mi opinión, la necesidad de reforzar adecuadamente esos vínculos originados desde la infancia, hace más que necesario atender a estos planteamientos para evitar consecuencias en el desarrollo de la personalidad.
Volviendo a la trinchera, al día a día, a los pacientes que acuden a las consultas, lo adecuado para evitar esta evolución, debe estar en el desarrollo de relaciones de apego que refuercen al niño sobre bases sólidas y seguras para, precisamente, conseguir la independencia emocional de éste posteriormente. Obviamente, por independencia entiendo el término medio entre dos posiciones desequilibradas y peligrosas:
Por un lado, la actitud “pasiva” (y en mi opinión irresponsable) de muchos padres que declinan la labor de educar a sus hijos bajo el prisma de la ausencia de normas y valores, y el intento de trato con el niño como su amigo. Grave error. En los primeros años el niño debe comprender que existen normas y límites así como el refuerzo de su conducta cuando ésta es la correcta. Posteriormente estos padres no pueden comportarse como “colegas” de su hijo; No lo son y No deben serlo: ser padres es mucho más que eso.
Pero el otro lado es igual de preocupante: y no sólo hablo de la represión hasta límites extremos, y de la obediencia absoluta por el mero hecho de la posición paterna, sino también de inculcarles una visión de dependencia emocional en donde el único círculo válido es su mínimo entorno, donde las figuras paternas son superhéroes que saben en todo momento lo que deben hacer y que el miedo absoluto de los padres se transmita permanentemente al hijo. Como consecuencia, creará vínculos desde la dependencia emocional a estos. El hijo siempre esperará su refuerzo o castigo, y planteará cualquier tipo de relación con el mundo bajo ese prisma. En su desarrollo posterior, su autoconcepto se posicionará siempre “dos escalones” por debajo ante cualquier relación, llegando a posiciones extremas que incluso pueden desembocar en reacciones histéricas (si, ya sé que es un término “anticuado”) en el momento en que ese mundo se tambalea.
Cuando el paciente llega a terapia y detectamos esos patrones, intento realizar las siguientes actuaciones:
- Por un lado sintomático, desde un punto de vista cognitivo conductual sobre las respuestas normalmente ansioso- depresivas encontradas;
- Una segunda labor analítica del origen de esos esquemas (sumergiéndose en el estudio de las relaciones desde su infancia) para lograr que el paciente los descubra y comprenda (no sé si realmente llamarlo “insight”).
- Realizar un trabajo de búsqueda de la independencia emocional del paciente, analizando sus relaciones actuales, descubriendo los posibles “errores” realizados por su posición dependiente, para que los reconozca tanto en su diálogo interior como en el de los demás. Reforzando esa independencia el paciente se aleja de la posición “victimista” inicial y busca la superación desde su persona, no esperando ser rescatada.
Para terminar, recomendar tres lecturas dirigidas en este sentido:
- "Una base segura" de John Bolwby.
- Y como sugerencia para el trabajo de "trinchera" con los pacientes, dos clásicos de la autoayuda: "Tus zonas erróneas" de Dyer y el "simpático" "¿Quién se ha comido mi queso?" de Spencer Jhonson.De este último hay una versión animada que, a veces, utilizo. Lecturas estas cuyo comentario posterior con el paciente nos permite avanzar en la búsqueda de esa independencia emocional.
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